El título corresponde a las
vivencias históricas de una testigo de excepción, la autora de la obra
“Recuerdos de la campaña de la Breña”, Doña Antonia Moreno Leyva esposa del general
Andrés Avelino Cáceres, “Brujo e los Andes”. Publicado en 1974 por la
Comandancia General del Ejército, con autorización del Editor Milla Batres.
Esta obra ejemplar, nos trae en su
contenido, no solo ejemplos de patriotismo, sino un modelo de mujer
que ama a su patria. Una mujer extraordinaria, de espíritu férreo y de gran
vitalidad. Antonia Moreno acompañó en
muchas de sus arriesgadas misiones a su marido, que el héroe de la resistencia
emprendió para defender al Perú de la voracidad chilena. Nadie puede dudar de este aserto.
Antonia Moreno de Cáceres animada
por su acendrado amor a la patria y a su esposo el “Brujo de los Andes”, se ve
impelida de hacerle una visita, porque además llevaba un pedido del Gobierno Provisorio
y el deseo de un grupo de amigos, “Llevaba yo una misión política del gobierno del
doctor Francisco García Calderón”.
Parte hacia la zona central andina,
en un viaje muy riesgoso, lleno de peligros, debido a la presencia de tropas
chilenas en el área de su desplazamiento, por lo que, todo cuidado era nada,
frente a la presencia de fuerzas enemigas. Debía extremar sus medidas de
seguridad. Sortear los controles y sus patrullas, porque de ser capturada por
el enemigo, hubiera puesto en peligro la misión de su esposo.
Andrés Avelino, no tenía conocimiento de este viaje, ella muy resuelta
en sus decisiones, dejó a sus tres
menores hijas al cuidado de las hermanas del convento. Acompañado de una pareja
de esposos de apellido Corbacho y de doña Clara Lizárraga su amiga, parten de
Lima rumbo a Matucana.
Su primera parada fue en Chosica
donde repusieron fuerzas y luego pasaron a la hacienda Solís, pasando por la
garita de Purhuay, mientras las patrullas chilenas hacían sus rondas ellos
permanecían escondidos, luego de descansar reiniciaron el desplazamiento, que
era lento porque estaban subiendo la pendiente, alcanzando cada vez más altitud.
Llegaron a Cocachacra, se entera
que el Gobernador y el teniente
Gobernador obedecían a las tropas invasoras, les llamó la atención, “Al llegar
a ese lugar, les increpé su conducta, haciéndoles ver lo vergonzoso de que
peruanos, se inclinasen resignados ante el enemigo de la patria”. Ambas
autoridades cambiaron su proceder, la apoyaron, le dieron seguridad y la
acompañaron.
Posteriormente pasarían a
Tornamesa, al llegar a este lugar casi son sorprendidos por patrullas enemigas.
Utilizando el telégrafo de este lugar, envía un telegrama a Cáceres avisándole
su llegada. Le respondieron de Matucana, que Cáceres no estaba allí. Lo cierto es
que, las tropas nacionales no tenían la seguridad de que se tratara de la
esposa de Cáceres. Viendo su situación en peligro, pidió que enviasen a un
oficial de comisión a verificar su identidad.
Antes de ello, los exhortó a su
manera diciéndoles que “Si sentían tanto miedo ¿Por qué no mandaban un carro
con la máquina, dejándolo a distancia, mientras un emisario podía avanzar a
caballo y convencerse que era la esposa del general quien llamaba”. Así se
hizo, el mayor Ríos se encargó de alcanzarla y verificada su identidad de
inmediato la condujo a Matucana, pero Cáceres se encontraba en Cerro de Pasco,
Antonia esperó la llegada de su esposo.
Luego del rencuentro con su esposo
le trasmite el pedido del doctor Francisco García Calderón, quien había
aceptado la propuesta de los notables de Lima y con autorización del general
Vergara había establecido su gobierno en la Magdalena. Como se apuntó
anteriormente, Antonia llevaba la propuesta de García Calderón y que era a la
vez el deseo de algunos amigos de Lima, quienes la habían animado para que el
ejército del centro reconociese el gobierno de Francisco García Calderón.
Sin embargo, pese a sus
innumerables esfuerzos para lograr la adhesión del ejército del centro al
gobierno provisorio, Antonia Moreno no consiguió convencer a los oficiales para
que aceptasen el reconocimiento del gobierno de García Calderón, “Me
respondieron que era más prudente esperar a que ese gobierno definiera su
política, porque el ejército no se resolvería a admitir ningún tratado, si este
se firmaba con cesión de territorio”.
Las tres hijas de Cáceres Lucila,
Zoila y Rosa habían quedado al cuidado de las religiosas del Sagrado Corazón de
San Pedro. Al enterarse por información de Ezequiel Piérola, sobrino del
dictador, que las tropas chilenas habían allanado y saqueado su casa,
alarmándola porque incluía sus propiedades, servidumbre y sus hijas, Antonia de
inmediato regresó a Lima, extremando la seguridad.
Comprobó que efectivamente su casa
había sido saqueada, sus sirvientes permanecían detenidas, sin embargo sus
hijas no habían sufrido ningún peligro.
Antonia Moreno nos deja también su clara percepción respecto del Gobierno Provisorio, como recordamos, en noviembre de 1881, Francisco García Calderón fue tomado prisionero y trasladado a Chile en noviembre de 1881; Antonia expresa "que el doctor García Calderón, inteligente y patriota, no podía ser manejado por ellos, resolvieron deshacerse de él, y le enviaron desterrado a Chile, donde fue tratado sin la menor cortesía. El doctor García Calderón fue, verdaderamente, uno de los mártires del Perú".
Comprendiendo que la lucha tenaz
frente al enemigo, obligaba a todos los peruanos a presentar resistencia y
apoyar a las tropas de la sierra que estaban enfrentando a los chilenos,
Antonia Moreno después de su regreso optó por participar activamente en una
serie de actos patrióticos, que la pintan de cuerpo entero, “Y
entonces me entregué, con todo el ardor de mi alma apasionada, a la defensa de
nuestra santa causa, dedicándome a la conspiración más tenaz y decidida contra
las fuerzas de ocupación”.
Poniendo manos a la obra se dedicó
con la colaboración de otros peruanos al acopio de armas y municiones que luego
con el cuidado extremo, trasladaría al centro del país, para que se distribuyan
en las fuerzas de resistencia lideradas por su esposo. Entre ellos un cañoncito
donado por el obispo Tordoya.
Para trasladar la munición y el
cañón y burlar la vigilancia de las tropas chilenas, puso en práctica un ardid
o estratagema. Organizó un sepelio, en el interior del ataúd iba el cañoncito
desramado, acompañaban al féretro dolientes familiares, entre ellos los
oficiales que trasladarían al “muerto” a su destino.
Dirigieron sus pasos hacia el
cementerio de la ciudad, al paso del cortejo fúnebre, las patrullas chilenas mostraron desinterés
y no hicieron esfuerzos por revisar, no reaccionaron. En la parte posterior del cementerio esperaba una recua de
mulas, embarcaron el cargamento, que de inmediato fue trasladado hacia el campamento de
Cáceres, donde celebraron esta extraordinaria operación, digna de la mujer
peruana, identificada con los valores patrios y los ideales de su esposo.
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