Australian War Memorial

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EXTERIOR DE MEMORIA DE LA GUERRA-AUSTRALIA

lunes, 29 de octubre de 2018

La traición y el odio inveterado


“Dejar al Perú militarmente desarmado es poca garantía. Es menester empobrecerlo en sus industrias, escarmentarlo en sus soldados y en la fortuna de sus ciudadanos. Los rencores, el orgullo humillado, el anhelo de venganza acecharán a las generaciones del pueblo peruano hasta que, se ofrezca la menor coyuntura para que vuelva a la lucha. Esta hora es necesaria demorarla; es necesario que no llegue (…).
Diario La Patria de Valparaíso abril 1879

Pareciera que la pregunta que se hace Zavalita en la obra de Mario Vargas LL “Conversación en la Catedral”, ¿cuándo se jodió el Perú? nuevamente cobra vigencia. La gran tragedia nacional se manifiesta por la existencia de la desunión, envidia, odio y la traición. Sentimientos subalternos que, han dominado la escena nacional a través de las diversas etapas de nuestra historia.

En la obra ¿En qué momento se jodió el Perú? Editado por Milla Batres y publicado en 1990, diversos intelectuales de la época ensayan una explicación al respecto. Cada uno de ellos plantea desde su óptica, los momentos cruciales de nuestra historia, que dan respuesta a la pregunta. Finalmente, cabe destacar la respuesta de Javier Pulgar Vidal “El Perú no está jota, nunca ha estado como país, por obra de algo o de alguien”.

Sin embargo, se puede afirmar sin lugar a equivocarse, que nuestra historia está plagada de hechos que lindan con el sentimiento mas innoble que puede desarrollar y cultivar la persona al interior de su ser, o grupo de personas de una sociedad y que a la larga ha traído consecuencias nefastas para el país, la envidia y esta da lugar al odio inveterado.

En medio de ellos se ha enseñoreado la corrupción, desde hace siglos y atraviesa las capas que cubre el esqueleto de la nación, las ha invadido hasta causar metástasis. La dermis y epidermis de los valores nacionales han sido enterrados, cubiertos con capas de hormigón. La moral nacional se desmorona ante la impávida inacción, miopía y falta de reflejos de las autoridades.

La corrupción es una epidemia endémica, arraigada en toda la sociedad, principalmente en quienes deben controlar. Esta epidemia ha trastocado la vida de nuestra sociedad, influenciado por la presión desmesurada de los corruptos organizados y su incidencia funesta en la estructura del estado nacional difícil de combatir, sin la voluntad de los tres poderes del estado.

Traición proviene del latín traditĭo, es aquella falta que infringe la lealtad o fidelidad hacia alguien o algo. En el ámbito jurídico la traición es considerada como una conducta desleal hacia la nación. Por supuesto, cada estado determina taxativamente para sí, los actos que implican el crimen de traición. En nuestra Constitución vigente la traición es castigada con pena de muerte, solo en caso de guerra exterior.

Nuestra historia está plagada de ejemplos de traición especialmente en el ámbito político, luchas intestinas, caudillismo, civilismo, que han marcado etapas de nuestra historia, que a través de los años se han convertido en un lastre. Este lastre no ha permitido la consolidación de la unidad nacional, unión, ni ha ayudado a mantener un sentimiento de pertenencia y orgullo nacional. Esa es la triste realidad.

Desde la traición de Atahualpa a Huáscar, o viceversa, pasando por la traición de Francisco Pizarro a Diego de Almagro, que acabó violentamente con la vida de los socios; “solo sangre, sudor y lágrimas” ha recorrido las mejillas, cuerpos y almas de la nación. Solo hemos cosechado odio, rencor y la desunión ha marcado el derrotero de nuestra patria. Hasta cuándo.

Hubo visos de unidad nacional, en que se mantuvo la unión en espíritu e intenciones cuando defendimos la patria frente al pretendido retorno de los españoles en 1866. El combate del 2 de mayo de 1866 es el ejemplo más bello y sublime de unidad nacional, en que esa unión permitió la victoria sobre la poderosa flota española.

Después de este brillante capítulo en que supimos defender nuestra libertad a punto de cañonazos y unidad, sobrevino el capítulo más negro de nuestra historia, nos vimos inmersos en una guerra por defender un tratado defensivo con Bolivia, Argentina se abstuvo, nos quedamos solos, esa fue la herencia nefasta de Manuel Pardo y Lavalle que firmó no sabemos pensando en qué en 1873, primer gobierno civilista, después de 50 años de caudillismo militar.

Durante el gobierno de Manuel Pardo y Lavalle, se organizó la Guardia Nacional en batallones, en base a ciudadanos entre 21 y 25 años, tenían un entrenamiento periódico y el servicio que brindaban no era mayor a seis meses. Pero, mal asesorado disminuyó los efectivos del ejército a tres mil hombres. Chile ya había comprado los dos blindados Blanco Encalada y el Cochrane. Había roto el equilibrio militar con Perú.

Una medida grave contra la defensa nacional fue, la suspensión de la compra de armas, entre ellos los dos blindados que debió adquirir Manuel Pardo, el 70% de los efectivos del ejército quedaron en la calle. Pardo organizó la Guardia Nacional para combatir los levantamientos y el bandolerismo. Es decir, para contrarrestar el poder militar.

La propia guerra que Chile declara a Perú tiene como correlato, la envidia que se apoderó y creció como una costra en el corazón de los líderes políticos y pueblo chileno desde muchos años atrás, esa es la explicación final del inicio de la guerra. En su libro “Historia de la guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia”, del historiado italiano Tomás Caivano, toca este sentimiento negativo en la relación de los pueblos.

La opulencia de Lima antigua capital de los virreyes, cuyas casas se suponían estaban rebosantes de “vajillas de oro y plata, como en la época de la colonia; Chorrillos con sus fastuosas quintas de recreo de los ricos de la capital, donde, además de los magníficos ajuares, la fama colocaba en cada Rancho o habitación interminables bodegas rebosando de los más exquisitos vinos de Europa que inflamaron en un momento todas las imaginaciones; y en todo Chile no se oía más que una voz, al principio baja y ahogada, durante febrero y marzo de 1879, y luego estridente y atronadora, después de la declaración de guerra. Esta voz era: ¡A Lima, a Chorrillos!”.

Aquellos tiempos, en la versión de Caivano, los nombres de Lima y Chorrillos fueron siempre motivo de envidia y de odio para casi todos los chilenos, las mujeres chilenas soñaban con pasar una temporada en el balneario más hermosos de esta parte del subcontinente, “Chorrillos, mansión de delicias por excelencia de la alta sociedad de Lima durante la estación de baños(verano), era la dolorosa pesadilla de la generalidad de las mujeres chilenas”.

Tomás Caivano destaca los sentimientos negativos de las mujeres chilenas hacia la limeña: “(…) la mujer chilena conocía perfectamente que era menos buena, menos bella y menos graciosa que la limeña; y envidiosa de sus femeniles triunfos, su único y ardiente deseo era ver destruido aquel Chorrillos, donde la odiada limeña reinaba durante cuatro meses del año en todo el esplendor de su bondad, de su belleza y de su gracia”.

Durante esta guerra en la que se debió demostrar nuevamente la unidad nacional, se dieron las más grandes traiciones entre los conductores políticos y militares de la guerra. Hechos que a la larga contribuyeron a la derrota del Perú. La desafección, el odio, la improvisación y la traición entre peruanos fueron responsables de la derrota.

A lo largo del desarrollo de esta guerra existieron un conjunto de desaciertos y traiciones, de hijos que se consideraban preclaros, la crema y nata del patriotismo, sin embargo, solo eran politiqueros sembrando deslealtades, en busca de satisfacer apetencias, necesidades e intereses económicos y políticos, que contribuyeron con sus actos u omisiones a la derrota final.

El historiador Nelson Manrique, en un prólogo escrito para el libro del diplomático peruano Hubert Wieland Conroy (“El punto Concordia y la frontera entre Perú y Chile”) nos recuerda un hecho histórico catastrófico en plena guerra, “Entre 1879 y 1884, en plena guerra, tuvimos cinco presidentes (Mariano Ignacio Prado, Nicolás de Piérola, Francisco García Calderón, Lizardo Montero, Miguel Iglesias)”.

El presidente Mariano I. Prado se fuga del país el 18 de diciembre de 1879, pretextando compra de armas en Europa, deja un país inerme. La gravísima situación política creada por Prado, por su deserción fue muy criticada porque abandonó el país, traicionando la confianza del pueblo. Cierto, afectó a su familia, pero mucho más la moral de la nación. Un presidente que huye en plena guerra era un traidor.

Prado en su proclama dirigida al país al fugar del país de manera subrepticia, dijo:
“¡Conciudadanos! Los grandes intereses de la patria exigen que hoy parta para el extranjero, separándome temporalmente de vosotros en los momentos en que consideraciones de otro género me aconsejaban permanecer a vuestro lado. Muy grandes y muy poderosos son en efecto los motivos que me inducen a tomar esta resolución. Respetadla, que algún derecho tiene para exigirla así el hombre que como yo sirve al país con buena voluntad y completa abnegación…Al despedirme, os dejo la seguridad de que estaré oportunamente en medio de vosotros”.

El anciano general Luis La Puerta, vicepresidente de Mariano I. Prado, estaba enfermo, carecía de fuerzas para asumir tan grave responsabilidad, pese a gestión de notables de Lima no pudieron vencer su negativa. Esta situación fue aprovechada por Nicolás de Piérola para levantarse y hacerse del poder que tanto había perseguido en cinco insurrecciones.

Dice un antiguo adagio: “A rio revuelto ganancia de pescadores”, mediante un golpe de estado Nicolás de Piérola se hizo del poder, se declaró presidente regenerador, pero en sí, solo era un dictador más. Lo triste y grotesco a la vez, era que esta se realizaba para afirmar su proyecto político, en un momento grave para la república, en plena guerra.

El historiador italiano Tomas Caivano describe la actuación de Nicolás de Piérola así: “Piérola trajo consigo al frente del Estado todas las veleidades, todas las desconfianzas y todos los odios del antiguo conspirador, cosas que unida a una vanidad sin igual se erigieron en norma y guía principal de todas sus acciones”.

Nicolás de Piérola, en plena guerra hizo cambios en la administración del gobierno, nombrando nuevos ministros y reorganizó el ejército, colocando gente de su entera confianza que no estaban preparados en puestos claves, utilizó esta estrategia para mantenerse firme en el gobierno. Postergó a muchos oficiales, nunca los llamó, como los generales Manuel Beingolea y Fermín de Castillo que hubieran sido por su experiencia, muy valiosos en la defensa de Lima.

En diciembre de 1879 el diario chileno “El Ferrocarril”, publica una carta de Mariano Álvarez dirigida al contralmirante Montero. Un análisis del documento le permite al diario chileno criticar la actuación de Piérola indicando: “Desde que asumió la dictadura, el plan de Piérola no ha sido reforzar el ejército, sino organizar apresuradamente otro ejército en Lima que pueda contrabalancear la influencia de aquél”.

El diario trasmite su percepción respecto de las decisiones del gobierno de Piérola en plena guerra, “La organización del ejército y la distribución de los grandes puestos militares obedecen, ante todo, a ese interés político (…) La organización militar se subordina en todas partes a los intereses y ambiciones personales de los diversos círculos políticos”.

El 25 de abril de 1884 en el diario “El Nacional” publicó una denuncia pública en contra del dictador Nicolás de Piérola, hecho que pintaba de cuerpo entero al dictador, en su conducta abusiva y su espíritu veleidoso, y vanidoso. En enero de 1880 Piérola nombra al general de brigada Manuel Beingolea y Oyague como jefe del 2do ejército del sur, una de las medidas de reorganización del ejército.

En abril, Piérola ordena al general Beingolea que parta hacia Arequipa, para lo cual se embarcó en el vapor “Talismán”, nave de triste recordación porque este barco transportó desde Inglaterra armamento, uniformes y personal para una de las tantas revoluciones que había intentado Piérola a lo largo de su vida rebelde y contestataria.

Al llegar a Quilca el 14 de abril, el comandante de la nave Manuel María Carrasco se percata que en la caleta había tres naves enemigas. Realizada una junta de emergencia con los oficiales del ejército, por unanimidad se decide desembarcar en Pisco a donde arribó la nave el 16, para proteger el material valioso que transportaban.

En esta ciudad, el prefecto Mariano Martínez se comprometió en facilitarle mulas para el transporte del armamento, pese a las gestiones que realizó el general Beingolea, mediante radiogramas al dictador, el prefecto que al parecer seguía las indicaciones de Piérola, hacia largas a la entrega de acémilas. En lugar de entregar mulas le entregó borricos que no eran aptos para un transporte tan largo hasta Arequipa.

El general Beingolea puso en conocimiento de Piérola esta demora, ocasionado por la lentitud del prefecto en conseguir mulas. El dictador le ordenó que siguiera su marcha y que el prefecto Martínez le enviaría el cargamento a su punto de caída. Había llegado a la hacienda Ocucaje, cuando recibió un telegrama de Piérola que lo relevaba del mando, siendo reemplazado por el coronel Segundo Leiva, regresó Beingolea a Ica y luego a Lima.

El general Beingolea al presentarse a Piérola fue denostado y maltratado de manera abusiva por el dictador, “Este señor me recibió con altura, con todas las ínfulas de un verdadero dictador, diciéndome ‘su conducta ha sido mala general’(…) Era la primera vez en mi larga vida de soldado  que se me trataba con exabrupto, de manera tan injusta, tan indigna, tan poco en armonía con el lenguaje que debe utilizar un mandatario que se respeta, tan poco en armonía con los fueros de mi elevada posición y de mi acrisolada honradez y lealtad”.

Al general Beingolea se le abrió un sumario, la investigación estuvo a cargo del coronel Manuel Eugenio Velarde encargado de la investigación, quien estableció tres puntos que fueron la base de la acusación: “Mi recalada de Quilca, Mi demora en Ica y mi mala conducta”.

El coronel Segundo Leiva que reemplazó al general Beingolea en la 2da división del sur, se estableció en Arequipa, desde este cómodo lugar, alejado de la guerra, hizo oídos sordos a los telegramas urgentes del coronel Francisco Bolognesi desde Arica, no sabemos si fue por cobardía, por temor, o por cumplir indicaciones del dictador Nicolás de Piérola, enemigo del contralmirante Montero, a quien tampoco quiso apoyar, por celo político.
“Arica, 3 de junio de 1880.- Prefecto. - Arequipa. - Avanzadas enemigas se retiran. Continúan siete buques. Apure Leiva para unírsenos. Resistiremos. - Bolognesi.

Arica, 5 de junio de 1880.- (Recibido en Arequipa el 5.- Prefecto. - Arequipa. - Apure Leiva. Todavía es posible hacer mayor estrago en enemigo victorioso. Arica no se rinde y resistirá hasta el sacrificio. - Bolognesi”.

El coronel de guardias nacionales Agustín Belaunde, quien estaba al mando del batallón “Cazadores de Piérola”, y era pierolista, en la junta de guerra que se realizó para decidir la defensa de la plaza de Arica, tuvo una opinión discordante con la mayoría, fundo su voto en la capitulación, alegando que perdida la esperanza de apoyo de Leiva o Montero, opinó que era pueril que las escasas tropas que defendían Arica podrían detener a las fuerzas chilenas, qué fue, falta de patriotismo, temor o cobardía frente al enemigo.

“Al saber que por razones de orden disciplinario se había decretado su arresto a bordo del monito ‘Manco Cápac’, no esperó la notificación del caso: desertó de su cuerpo en circunstancias que el enemigo asediaba la plaza”. Fue un cobarde desertor, que huyó abandonando a sus tropas. Aprovechó que era compadre de Piérola, en 1896, con el apoyo de este Agustín Belaunde fue diputado al congreso por Tayacaja.

Otro hecho nefando, innoble y traicionero fue el que protagonizó el general boliviano Hilarión Daza. El general Daza en octubre de 1879 se encontraba en Tacna al mando de sus tropas. Mariano I. Prado le ordena desplazarse al sur y encontrarse con las tropas del general Buendía en Pisagua, si hubiera llegado quizás el resultado de la batalla de San Francisco hubiera sido otro.

José Vicente Ochoa periodista boliviano escribió “DIARIO de la Campaña del Ejército Boliviano en la GUERRA DEL PACÍFICO”, donde recogió el testimonio del general boliviano Juan José Pérez, quien hizo graves impugnaciones a la conducta de Daza en la conducción de sus tropas al haber regresado de Camarones a Tacna motivado no por cobardía sino por haberse puesto de acuerdo con el enemigo, traicionando doblemente a su patria y al Perú.

“En Camarones Daza engañaba al ejército haciéndole creer que era llamado por Prado, para combatir a los chilenos en Sama; y al general Prado le decía por telegrama que sus soldados se habían sublevado y que los jefes rehusaban seguir la marcha”. El general Daza antes de salir de Tacna habría sido abordado por agentes chilenos que lo habrían convencido para nunca llegar a Pisagua.

El 18 de noviembre de 1879 el diario “El Mercurio de Valparaíso” publica el siguiente telegrama 16,799. “TELÉGRAFO TRASANDINO. Santiago, noviembre 18 de 1879. Se han tomado todas las medidas necesarias para que el ejército de Daza que salió de Tacna, no se una con el ejército de Iquique. Se ha suspendido la movilización del batallón cívico de Curicó”.  Chile no necesitaba más fuerzas para movilizar hacia Pisagua, había comprado un traidor.

El 31 de agosto de 1882 el general Miguel Iglesias dirige una proclama a los ciudadanos del país desde Cajamarca, fue bautizado el grito de Montán. En esta carta pública, Miguel Iglesias hace conocer las razones para la firma de la paz con los chilenos y expresa que después de la batalla de Chorrillos, prisionero del enemigo es conducido para interceder por la paz con el enemigo: la paz “como único medio de conjurar los descalabros sin cuento a que una loca obstinación iba a precipitarnos”.

La posición mas clara del general Iglesias para finalizar la guerra era la firma de la paz sin importar ceder territorio nuestro a la voracidad chilena, sin importarle el honor y dignidad nacional. No se trataba de un simple terrenito como aseguraba el general Iglesias en su manifiesto, sino de parte importante de nuestro territorio que contiene ingentes riquezas mineras.

No existe alto, bajo o falso honor, como sostiene Iglesias en su manifiesto, si bien es cierto que la ocupación chilena ha hollado nuestro territorio, lo único que muestra su proclama es una manifiesta sumisión a las fuerzas de ocupación, de sometimiento a los interese foráneos, de aceptar entregar territorios a cambio de una paz bajo presión de las bayonetas chilenas:

“Se habla de una especie de honor que impide los arreglos pacíficos cediendo un pedazo de terreno, y por no ceder ese pedazo de terreno que representa un puñado de oro, fuentes de nuestra pasada corrupción, permitimos que el pabellón enemigo se levante indefinidamente sobre nuestras más altas torres desde el Tumbes hasta el Loa; ¡que se saqueen e incendien nuestros hogares, que se profanen nuestros templos, que se insulte a nuestras madres, esposas e hijas! Por mantener ese falso honor, el látigo chileno alcanza a nuestros hermanos inermes; por ese falso honor, viudas y huérfanos de los que cayeron en el campo de batalla, hoy desamparados y a merced del enemigo, le extienden la mano en demanda de un mendrugo”.

Durante las conversaciones entre Jovino Novoa plenipotenciario chileno y su gobierno, se establece el sumo interés en apoyar un gobierno presidido por el general Miguel Iglesias y lo estiman como objetivo primordial de ese gobierno, así lo expresa el telegrama que envía el 24 de enero de 1883: “En buenos términos le decía Novoa, en nuestras manos está hacer o no gobierno a Iglesias, quien por supuesto no tendrá alas para volar sino cuando en forma conveniente hubiese aceptado las bases de Chile”.

Recibido en Santiago el telegrama de Jovino Novoa, el presidente de Chile Santa María le contestó el 15 de febrero 1883: “Creo que estamos en la misma cuerda i por ahora no veo a que otra parte pudiéramos llevar nuestros esfuerzos, No queda más que Iglesias digan lo que quieran sobre él los de aquí y los de allá. Es el único hombre que tiene coraje para decir lo que siente y que lo tendrá para hacer lo que crea conveniente. Nosotros debemos fortificarlo y ver modo que su poder sea absoluto y verdadero en todo el Norte. Si logramos darle cuerpo debemos apresurarnos a tratar con él que, si mañana cae porque sus mismos paisanos lo tumban, no por eso dejará de ser cierto, verdadero y eficaz el tratado que habríamos firmado”.

El presidente Santa María tenía la seguridad que Francisco García-Calderón preso en Chile y Nicolás de Piérola no firmarían un tratado de paz de acuerdo con sus exigencias leoninas y en telegrama enviado a Patricio Lynch le ordena empeñarse en apoyar a Iglesia, condiciones de ajustar con él la paz. Todos nuestros esfuerzos deben en estos momentos dirigirse en este sentido.

Mientras tanto, las conversaciones entre Jovino Novoa y Castro Zaldívar cuñado y representante de Miguel Iglesias, según Gonzalo Bulnes, fueron el inicio de negociaciones de paz, al estimar que entre ambos había desaparecido la desconfianza.

Se hizo necesaria la repatriación de José Antonio Lavalle, y José Antonio García y García. El primero aceptó regresar, no así García y García. Por lo que, tuvo que levantarse la repatriación a Andrés Avelino Aramburú. Esta acción la toma Chile para dar autoridad política al acuerdo, Lavalle representaba al partido de Piérola y Aramburú era un destacado periodista, director del diario El Nacional.

En el tomo II-capituló IV- Pág. 286, de la colección Pascual Ahumada Moreno, publica la carta que remite Mariano Álvarez el 31 de diciembre de 1879, al Contralmirante Montero que se encontraba en Arequipa, haciéndole conocer las actividades que venía realizando en Lima, organizar una asociación para acopiar víveres, vestuario, calzado y enviarle a la brevedad, sabiendo las necesidades urgentes; para ello, solicitó a particulares una contribución. A esos niveles llegamos en esa guerra.

También le comunicó que el nuevo gobierno tenía planeado enviar al 3er ejército del sur dinero y vestuario y no víveres porque en consideración de Piérola, en el sur abundaban los suministros y no era necesario, Álvarez le pedía a Montero mantenerse en coordinación a fin de satisfacer lo que la mezquindad del gobierno le negaba.

Le informa las medidas que había tomado el dictador Nicolás de Piérola contra la prensa por publicarse los diarios sin la firma que exigía el Estatuto Provisorio. Había dispuesto la detención de los directores de los diarios; además, le da a entender que Piérola con las facultades omnímodas, sus acciones negativas, se iba desprestigiando.

Le informa que Nicolás de Piérola, presidente de facto, sentía desconfianza y celo por el Contralmirante Montero, “Pero Piérola, que no puede dejar de conocer que si usted triunfa sobre los enemigos su poder desaparecerá en el instante, hará todo lo posible por privar a usted de los medios de acción y retardará por lo mismo, la guerra cuanto pueda, con gran riesgo de la causa nacional”. La guerra era contra Montero y contra los chilenos.

Otro hecho que configura la traición es la que narramos a continuación, Andrés Avelino Cáceres, se encontraba luchando contra las fuerzas chilenas en la zona andina, desde Izcuchaca el 6 de febrero de 1882, le dirige dos cartas al pierolista coronel Arnaldo Panizo quien permanecía en Ayacucho. Las fuerzas al mando de Panizo habían pasado bajo el mando de Cáceres, sin embargo, Panizo no le reconoce autoridad y no se incorpora a la organización del ejército de resistencia.

Panizo desafía la autoridad de Cáceres, pese al acta de sometimiento a la autoridad de Cáceres, demorando de esta manera incrementar las fuerzas de resistencia y hacer frente a la expedición chilena “que se enseñorea actualmente, con todo su cortejo de horrores, en el departamento de Junín, ondeando por segunda vez al yugo humillante de una invasión refractaria hasta los más vulgares sentimientos de humanidad”.

Cáceres muy dolido por la indolencia de Panizo, finaliza la carta diciendo “Por desgracia, han podido más en el ánimo de V.S. consideraciones de otro género que los preceptos del sagrado deber de salvar a la patria, entregada a los azares de una guerra de depredación y de conquista”.

Cáceres escribe la segunda carta a Panizo desde Huancavelica el 11 de febrero de 1882, en ella le indica que su actitud se había convertido en un obstáculo para lograr la unidad, era contrario al interés nacional empeñada en agrupar a todos los peruanos alrededor del gobierno provisorio, claro está, con la sola excepción de las fuerzas de Panizo,

“Cuando la desgracia común toca a las puertas de la nación, revestida con los horrores de una guerra implacable de devastación y conquista, no hay derecho ni tiempo para entrenerse en combinaciones de política. Acudir al peligro con el concurso común, no absoluta prescindencia de colores y banderas de partido es el único deber que reclaman los esfuerzos todos del patriotismo”.

Pese a todos los esfuerzos realizados por Cáceres, sus deseos se estrellan contra la indiferencia estoica de Panizo este no se conmueve con nada, permanece en Ayacucho, no mueve un dedo para apoyar a Cáceres, no sabemos si es por cobardía, temor a las tropas chilenas o seguía siendo leal a Piérola.

Como se ha referido, Panizo desconoce la autoridad de Cáceres en los departamentos del centro y la del gobierno provisorio. Finalmente, Cáceres hace responsable a Panizo “ante Dios y los hombres de las consecuencias que sobrevengan, y dejándole la triste satisfacción, si llegase el caso, de coronar la sangrienta obra de los chilenos, victimando al ejército de mi mando con el arma que el de V.S. Se ha negado blandir ante el enemigo”.

A lo largo de estas líneas hemos referido algunos hechos solo de la guerra con Chile que configuran la traición, el odio y la envidia que llevaron a ese país a declararnos la guerra, y cómo los líderes militares y civiles de la república, prefirieron dar rienda suelta a sus debilidades y apetencias de poder, en lugar de buscar la unidad nacional para enfrentar al enemigo. Los resultados hoy los conocemos.

Qué aprendió el Perú de todo esto, que aprendieron las autoridades, líderes políticas, empresariales, la población misma, diríamos muy poco, casi nada, la misma desafección por la patria, la envidia, odios y rencores no cesan, el país sigue enfrentado, no existe ni existirá reconciliación alguna.
Hay un sector anti todo que está presto a lanzar sus dardos envenenados en el pecho a quienes no concuerdan, no comulgan con sus ideas. Vivimos en el siglo XXI, pero parece que hemos retrocedido a la barbarie política, al linchamiento judicial, a la burla y denigración pública.

Está triunfando el odio entre peruanos, gracias a campañas mediáticas, parece que la violencia subversiva, terrorista antipatriota hubiera tomado la conciencia colectiva de un sector de la población, nos parece que se hubiera mimetizado en organizaciones que persiguen el poder político para implantar ideas trasnochadas, fracasadas en otras latitudes y todos bien gracias. Así estamos en pleno siglo XXI y a escasos años del bicentenario, nada menos.