En
Lima ocupada, en 1882, Doña Antonia Moreno de Cáceres continuaba abocada con otras damas limeñas y ciudadanos patriotas,
a una gran labor de conspiración y acopio de armamento, para apoyar las operaciones
de resistencia, que lideraba su esposo el general Andrés Avelino Cáceres, en la
campaña de la Breña.
Estas
actividades ya eran sospechosas para las fuerzas chilenas de ocupación, quienes
mantenían vigilancia sobre ella y la casa de San Ildefonso. En estas
circunstancias Antonia recibe el llamado de su esposo “Ven-me escribe- no te arriesgues
más; necesito toda mi serenidad para continuar esta lucha…”.
Antes
de partir a las inhóspitas, solitarias y peligrosas tierras andinas, se reunió
con Rosita Elías de Montero y José Manuel Pérez, ayudante de Cáceres y encargado
de su seguridad, para planear la forma de salir de la ciudad. El principal
escollo y peligro para ella eran las patrullas chilenas que vigilaban y
controlaban todo movimiento; también, se establecieron las claves de
identificación con las fuerzas amigas.
El
ayudante debía partir al día siguiente con la servidumbre y la esperaría en el
tambo del Portón de Cocharcas. Ella llegaría al lugar, pretextando el recojo de
una encomienda. Por recomendación de Antonia Moreno, para evitar miradas indiscretas
el ayudante debería disfrazarse de criado.
Pese
e la valentía y osadía que caracterizaba a esta mujer, que le permitió durante
su estadía en Lima dedicarse a las labores de conspiración contra el enemigo,
solicitó la ayuda del señor Gómez Silva, de la directiva del dictador Piérola,
quien aprobó su plan de alejarse de Lima; pero, por temor a comprometerse no colaboró con ella
para buscarle una movilidad.
Antonia
Moreno preocupada por su seguridad y la de sus tres hijas, para burlar la
vigilancia de la policía secreta chilena y sus soplones, tuvo que conseguir un
coche, ubicando un cochero “cuyo color me garantizara no ser chileno”. (1)
En
el tambo del Portal de Cocharcas, gracias
a la caracterización y al disfraz que llevaba el ayudante, Doña Antonia
demoró unos instantes en reconocerlo, “había
trocado sus arreos militares por las de un pobre diablo", tenía la ropa
remendada y desgastada. (2)
Una
vez identificados, prosiguieron su marcha hacia la hacienda Tebes del señor Urmeneta,
ante la negativa del cochero de llevarlas a esta dirección, debieron hacerlo en
una carreta con barandas y tirada por mulas, que llevaba alfalfa. Antes de
viajar a esta hacienda, debieron dirigirse a la hacienda San Borjas porque el
carretero trabajaba en esta hacienda y debía pedir permiso. Llegado a esta hacienda, el mayordomo de la misma autorizo el viaje de la carreta hacia Tebes.
Temerosos
de ser sorprendidos por las patrullas enemigas, que hubieran puesto en peligro
la integridad de Antonia Moreno, sus hijas y a Cáceres principalmente, pasaron
por San Borjas y obtenido el permiso del mayordomo de la hacienda, enrumbaron
hacia Tebes.
Los
caminos eran difíciles y estaban patrullados, por lo que toda medida de
seguridad era poca. Las niñas debían taparse sus cabecitas rubias con pañuelos
en lugar de las elegantes “pastoras y ella misma utilizó una manta negra para
cubrirse. Llegado el momento debían camuflarse en la alfalfa, así sortearon los
peligros.
Doña
Antonia Moreno y sus hijas lograron burlar la vigilancia de las patrullas
chilenas y llegaron sanas y salvas a esta hacienda. Esa noche en el salón principal,
ella pudo percibir el ambiente de patriotismo y lealtad que se respiraba entre
los hombres, que estaban allí cumpliendo una orden del Taita Cáceres.
Al
amanecer y antes de partir hacia el encuentro con su amado esposo, tuvo un
momento de emoción, que la llevó hasta las lagrimas, fue cuando el séquito de
su seguridad le expresó “No tema nada, señora; ni a las niñas ni a usted la
tocarán”, luego emprendieron la marcha hacia las breñas andinas.(3).
Notas:
Moreno de Cáceres, Antonia. Recuerdos de la Campaña de la Breña. Edición 1974. Biblioteca Militar del Oficial del Ejército N° 41.
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