Andrés
Avelino Cáceres Dorregaray salva de varios intentos de asesinato.
El general Andrés Avelino
Cáceres durante su campaña en las breñas andinas, sufrió varios intentos de
asesinato por parte de las fuerzas enemigas. Desde un sicario italiano
contratado para asesinarlo, hasta el intento de descarrilar los trenes en que
se desplazaba con sus Oficiales y familia, salvando por acción de sus
informantes, así como la lealtad, astucia y habilidad del conductor de la
locomotora.
Cuando el sicario
italiano ingresó a la tienda de campaña de Cáceres en Chosica, este se
encontraba escribiendo sobre su escritorio, de pronto como tocado por un rayo
se incorporó y avanzó resuelto hacia su asesino, tomándolo fuertemente de las
orejas, lo arrojó al suelo y lo puso de rodillas gritándole “¡Asesino! ¿Ha
venido usted a matarme? Aquí estamos solos, si es usted hombre ¡máteme!”.
El sicario italiano
ganado por la iniciativa de Cáceres, atolondrado y asustado al verse
descubierto, se zurró en los pantalones. Los oficiales de Cáceres, lo
desarmaron y encontraron dentro de sus ropas un puñal, lo redujeron a prisión y
en espera de someterlo a un Consejo de guerra, lo que no se pudo realizar, por
la persecución iniciada por las tropas chilenas, basado en su ventaja numérica
y estaban acercándose a su campamento. El sicario aprovechó la confusión para
huir.
Otro episodio que
se repitió en varias ocasiones, un día en que se desplazaban por tren junto a
su familia y oficiales en una excursión, de pronto se detuvo el tren con un ligero
estremecimiento, causando alarma a los pasajeros, de inmediato los oficiales
bajaron a inspeccionar junto al maquinista el norteamericano Enrique Tucker
quien había observado una gran piedra en medio de la riel, parando en seco la
locomotora, salvando a los pasajeros de un accidente fatídico.
El maquinista
Tucker se había identificado con la lucha de Cáceres, este lo admiraba, “Se
había hecho proverbial la devoción de Tucker por Cáceres y todos lo habían
confirmado con el apodo de ´Cáceres el chico´”. Se vivieron momentos de alarma
por este hecho inusual, sin dudas propio de un atentado, luego se arregló el obstáculo y el viaje
prosiguió, sin dejar de extremar las medidas de seguridad.
Por otro lado, la
situación de abastecimiento de armamento y municiones para este ejército, era escaso
y con el viaje de Antonia Moreno se había perdido un contacto importante en Lima.
Sin embargo, frente a ello no faltaba el
entusiasmo y valentía de los jóvenes patriotas que acompañaban a Cáceres en su
cometido. En Chosica se desató una epidemia de tifus que afectó a las tropas de
Cáceres disminuyéndolas considerablemente.
Todos estos
factores y condicionantes, obligaron a Cáceres, a evacuar el acantonamiento de
Chosica y dirigirse hacia Matucana.
Posteriormente trepando los Andes, llegar a Chicla, trasmontar la cordillera
hacia la Oroya y finalmente al valle de Tarma.
Cuando el sicario
italiano llegó al campamento de Cáceres este ya se había informado por su vasta
red de informantes conformado por hombres y mujeres nativas que recorrían el
campamento chileno vendiendo objetos y fruta. Los oficiales de su estado mayor
le advirtieron sobre la presencia de este individuo y le solicitaron tomarlo
preso de inmediato, Cáceres ordenó que se retiraran porque él iba a recibir
personalmente a su asesino.
Como relata Antonia
Moreno al referirse a la red de informantes de su esposo, “Las indias del Perú
tenían culto por Cáceres; le llamaban ´Taita´ (padre)”. Según observación de la
esposa de Cáceres, las mujeres jóvenes que seguían a los soldados, los asistían
como enfermeras, lavanderas y cocineras. “Entre estas, había algunas muy
inteligentes y listas: fingían no saber castellano, cuando iban al campamento
chileno, hablando entre ellas solo en quechua…, mientras les vendían fruta
escuchaban todo lo que aquellos decían”. La barrera del idioma fue una gran
ventaja que hábilmente explotó Cáceres.
Previos días al
incidente de la captura del sicario italiano, una de estas indígenas se le
acercó a Cáceres y le expresó llorando “Taita cuídate. He oído que los chilenos
que vendrá un italiano a matarte. Como creen que no hablo castellano, no hacen
caso de mí”; Cáceres viendo que la muchacha sollozaba a cantaros, de inmediato
la tranquilizó “No me matarán porque tomaré precauciones. Anda nomás tranquila
y no llores”.
Esta advertencia
fue confirmada después por una información que le llegó desde Lima enviada por
el Conde Larco, José Alberto, quien tenía fácil acceso a Palacio de Gobierno,
era extranjero y amigo de Patricio Lynch, por casualidad oyó la conversación
sospechosa y de inmediato la hizo conocer a Cáceres.
Continuará…
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