Recordar para nunca olvidar...
Han
transcurrido 128 años desde aquel 4 de setiembre de 1880, se inició en que
nuestros principales puertos y haciendas del Norte, fueron destruidos
violentamente por la expedición Lynch. El 6 de noviembre de 1881 Francisco
García Calderón es tomado preso y enviado a una cárcel en Chile.
En
una entrevista realizada 7 de septiembre de 1883, por un reportero del
periódico New York Herald, al Almirante chileno Patricio Lynch, jefe de las
fuerzas de ocupación en Lima, este declaró sobre al general Miguel Iglesias lo siguiente:
“Al fin un valiente militar y
un patriota bien intencionado, el general Iglesias, se ha presentado para
redimir su país. Le damos toda clase de auxilios; le damos dinero y armas;
derrotamos a sus enemigos y le damos prestigio. ¿Con qué objeto? Para que pueda
venir la paz”.
“Hemos evacuado el Norte del Perú;
hemos dado al gobierno de Iglesias la valiosa Aduana de Salaverry (puerto de
Trujillo) y sólo por razones de humanidad no sacamos a nuestras tropas de otros
muchos lugares porque las poblaciones quedarían saqueadas sin piedad por
merodeadores peruanos, si las evacuáramos”.
“Ahora o nunca, tiene que
establecer el Perú un Gobierno moderado y honrado, y es de esperar que lo que
ha sobrevenido podrá ser una lección útil a los peruanos para saber
disciplinarse”.
¿Y quién fue Patricio Lynch?
La piratería es una actividad, tan antigua como la
navegación misma. Una embarcación privada o estatal amotinada, atacaba a otra
en aguas internacionales o en lugares sometidos a la jurisdicción o no de un
Estado, con el propósito de robar su carga, exigir rescate por los pasajeros,
convertirlos en esclavos y muchas veces apoderarse de la nave. Quienes
realizaban esta práctica se denominaban piratas y robaban por cuenta propia.
Los Corsarios, eran marinos contratados y que
servían en naves privadas con “patente de corso”, es decir, tenían permiso de
la autoridad para atacar barcos y poblaciones de naciones enemigas. La distinción
entre pirata y corsario es parcial, porque corsarios como Francis Drake o la
flota francesa en la Batalla de la Isla Terceira fueron considerados vulgares
piratas por las autoridades españolas.
En la actualidad el concepto de piratería ha
evolucionado y se ha extendido a otros ámbitos. Hoy se califican de piratas a
quienes imprimen libros, revistas, etc., reproducen CD`s de música y DVD`s de
películas, comercializan medicinas de dudosa procedencia y fabrican ropa y
zapatillas de marca reconocida. La informática también tiene sus piratas, crackers
y hackers.
El Callao, desde tiempos del Virreinato fue
“visitado” por piratas y corsarios de toda laya. El más célebre ataque pirata
contra el primer puerto del virreinato del Perú fue realizado en tiempos del
virrey Francisco de Toledo (1569-1581) cuando reinaba en España, Felipe II
(1556-1598), por el legendario Sir Francis Drake, socio de aventuras del pirata
negrero John Hawkins.
Drake salió de Inglaterra en diciembre de 1577 con 5 naves rumbo al Brasil, penetró en el Río de La Plata, luego atravesó el estrecho de Magallanes en agosto de 1578. Aunque sólo conservó su propia nave, tomó rumbo hacia el norte y realizó asaltos sorpresivos en Valparaíso, Coquimbo y Arica.
Protegido por las sombras de la noche, se apoderó en el Callao de las naves surtas en la bahía el 13 de febrero de 1579, transbordó a la suya toda la carga que juzgó útil y luego las hundió o las soltó a merced de la corriente. Inmediatamente prosiguió hacia el norte, para eludir los preparativos de defensa en el puerto.
En los días del ataque de Drake al Callao, el virrey
Toledo tenía en prisión a un pirata inglés capturado en Panamá mientras
intentaba robar esclavos en tierra firme: John Oxenham, que concluyó sus días
en una prisión de Lima. En 1587, en tiempo del virrey Fernando Torres y
Portugal (1585-1589), Conde del Villar Dampardo, fue traído un grupo de piratas
ingleses capturados en el estuario del Plata.
El Callao rechazó con éxito otras incursiones, hasta
que en 1624, en tiempos del Virrey Marqués de Guadalcázar, el Callao fue
sitiado por el holandés Jacob Clerk, apodado Jackes L´Hermite, el Ermitaño.
Durante la batalla en defensa del puerto los piratas tomaron como base la Isla
San Lorenzo, donde sepultaron sus camaradas caídos, entre ellos, el propio
L´Hermite, víctima posiblemente del cólera.
Pero el más sanguinario, no había llegado sino hasta
setiembre de 1880, en que asoló puertos y haciendas. Patricio Lynch, que se
comportó como un vulgar bucanero, los bucaneros eran matarifes de reses y se
convirtieron en carniceros de hombres. Fue propio del Caribe y del segundo
cuarto del siglo XVII.
Pero además Lynch por su comportamiento durante el
ataque artero, traicionero y a mansalva, a los puertos y haciendas de nuestro
litoral, desprotegidos, abandonados por la inercia de Nicolás de Piérola,
recibió el calificativo de filibustero “el
que captura el botín libremente”.
Con seguridad se preguntarán por qué el calificativo
de “pirata-corsario-bucanero-filibustero” que se le endilgó a Patricio Lynch,
el gran almirante chileno que recorrió nuestra costa desde Arica, hasta Paita,
dejando a su paso, destrucción, desolación, impunidad, muerte, robo, imponiendo
cupos a las poblaciones indefensas, destruyendo la infraestructura de las
haciendas, etc.
Después de la caída de Arica en manos chilenas y la
muerte de Bolognesi. La flota chilena tenía nuestro océano libre para
desplazarse sin temor y transportar sus vituallas, personal, y proseguir las
operaciones militares hacia nuestra capital, tal como era el interés del
ministro de guerra chileno Manuel Vergara, quien contaba con el apoyo del
ejército en poder de Baquedano.
La opinión pública azuzada por los diarios chilenos
que deseaban la continuación de la guerra, como El Independiente de Santiago del 23 de agosto de
1880, que expresaba: “… a Lima! para dar el golpe de muerte a esa
serpiente, para firmar en el palacio de los virreyes el tratado de paz que nos
dé, como reparación e indemnización de guerra, la costa del Pacífico hasta el
grado 19; a Lima, en fin, para satisfacer el anhelo vehemente de nuestros
soldados”.
A partir del 10 de abril de 1880, el Callao fue
bloqueado, el almirante Galvarino Riveros dio un plazo de diez días para poner
a buen recaudo los bienes neutrales y privados, al término del cual
bombardearía el puerto. Vencido el plazo el 22 de abril se ejecutó el primer
bombardeo, sin muchos efectos en las propiedades y población; el 10 de mayo se
realizó el segundo bombardeo, hizo 418 disparos, no alcanzó a causar
perjuicios, fracasando en su cometido.
Un hecho que precipitó la autorización a Lynch para
sus correrías en nuestro litoral, a no dudarlo, fue el hundimiento del Loa, por una acción arriesgada de
nuestros antepasados. Quienes colocaron una trampa explosiva en una
embarcación, utilizado como señuelo y tentando la angurria de los “rotos”. La
nave pequeña, contenía frutas, verduras y animales de crianza, cuando izaban la
carga a su nave, explotó una bomba que sacudió al Loa, matando cerca de 130
hombres de su tripulación.
Este hecho, singular, realizado por defensores
anónimos del Callao, con valor, ingenio y creatividad, causó una grave crisis
en el gobierno mapochino. Chile a esta acción valerosa de un grupo de peruanos,
respondió azuzado por su prensa, parametrada, patriotera y al borde del
paroxismo, para que Pinto autorizara la expedición Lynch.
El 26 de julio de 1880 el Mercurio de Valparaíso,
traducía su odio contra nuestro país, al expresar: “Venganza, venganza clama hoy el infante y el viejo, el guerrero y el
sacerdote; venganza pronta, rápida, enérgica, eficaz, sangriento, es lo que nos
grita en cada uno de sus rayos el sol que nos alumbra, el mar que nos baña, el
aire que nos vivifica. A estas horas no hay en Chile otro sentimiento, otra
expresión, otro deseo que este: Venganza, y se repite con renovado furor el
grito de “a Lima, a Lima”.
Patricio Lynch, recibió la autorización de Aníbal Pinto
a su plan de acción en estos términos: “Junio
22. La idea de una expedición me parece muy bien. Organízala tú. Dime que
buques y tropas necesitas. Envíanos un plan bien detallado indicándonos lo que
necesitas llevar…”; durante cuarentaiséis días azoló nuestra costa,
llevando muerte y desgracia a los principales puertos y haciendas azucareras
del norte.
La fuerza expedicionaria al mando de Lynch debía
sujetarse entre otras cosas a que: contaría con dos buques, la corbeta
Chacabuco y el vapor Abtao y un total de 2200 hombres. Podía tomar los acopios
de víveres u otros artículos de utilidad, destruir el material rodante de los
ferrocarriles. También perseguir remesas de armas, recoger ganado, imponer
contribuciones de guerra, exigir pago en metálico o en especies, como azúcar,
algodón, arroz, alcoholes. La cuota de contribución lo hará efectiva con todo
rigor, apelando si es necesario a la destrucción de la propiedad. Destruir la
economía del país. Tal como lo hizo.
Lynch al llegar a Chimbote impuso cupos a
lugares y personas seleccionadas, entre ellas a los dueños de la hacienda Palo
Seco, la maquinaria de esta hacienda una verdadera ciudad, estaba valorizada en
100, 000 libras esterlinas. Contaba con la casa principal semejante al Palacio
de la Exposición de Santiago. Colocaron dinamita para destruir, el trapiche,
los calderos, el alambique, el edificio, el ingenio de arroz, las casas
destruidas completamente. Muerte y destrucción dejó Lynch en Paño Seco.
Seguidamente Lynch se desplazó al puerto de Supe,
se dirigieron a la Hacienda San Nicolás, al igual que en Palo Seco, destruyeron
la maquinaria, lo edificios, casas, bodegas y almacenes, se llevaron todo el
algodón que encontraron y que estaban en fardos en el almacén.
Posteriormente se trasladaron a Paita, para interceptar
una nave extranjera, que traía una valiosa carga para el Perú, esta tenía en
sus bodegas 28 cajones consignados al gobierno peruano, contenían dinero para
circular en el país, en total 7`290,000 en billetes y 375,000 en estampillas de
franqueo común, el país sufrió un fuerte golpe, por la utilidad que el enemigo
le pudo dar ulteriormente. A Paita le impusieron como contribución de guerra,
la cantidad de diez mil pesos de plata, pero como no pudieron pagar,
incendiaron y redujeron a cenizas las instalaciones.
Luego seguirían Eten y Ferreñafe, en Chiclayo
impusieron un cupo de 150, 000 pesos, que no pudieron pagar en las 48 horas de
plazo, por lo que Lynch ordenó la destrucción, incendio, muerte y destrucción.
El cómplice de Lynch, Stuven se desplazó hacia Ferreñafe, impuso cupos a las
haciendas más importantes. La administración del ferrocarril de Eten, la
hacienda Llape, la hacienda Cayaltí entre otras pagaron sus cupos.
En octubre las fuerzas expedicionarias llegaron a Trujillo, Lynch impuso un cupo de 150,000 pesos, no pudieron pagar, por lo que Lynch ordenó destruir el puente sobre el rio Chicama, incendiaron la estación ferrocarril de Ascope y Chocope. El 26 de octubre Lynch después de haber causado muerte y destrucción como una tormenta, abandonó Trujillo, con sus naves bien cargadas de oro, plata y especies que, había robado a los pacíficos e indefensos habitantes.
Lynch fue
obligado por su gobierno a declarar todo lo obtenido. Este hizo un inventario
para cubrir las apariencias y a su conveniencia. Según el historiador chileno
Barros Arana, parcializado con su paisano, dice que el increíble botín de este
buitre llamado Lynch ascendió a: como producto de las contribuciones de
guerra, se obtuvieron 29,050.00 libras esterlinas, 11,428 pesos en dinero y
5,000 pesos en papel moneda, oro y plata en barras, un cargamento considerable
de mercancías.
Respecto a las acciones de Lynch en nuestras costas,
Sir Clements R. Markham, expresó: “Así terminó esa expedición de
pillaje y de criminal saqueo; perpetua infamia para sus autores y para el
Gobierno que proyectó y aprobó su ejecución…”.
Por su parte, un senador chileno por Coquimbo, elevó
una protesta a su gobierno, indicando: "Íbamos a resucitar los días
de los corsarios en nuestro propio territorio cuando el mundo entero de común
acuerdo acababa de abolirlos...".
Sin comentarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario