La
actitud asumida por el general Mariano Ignacio Prado, presidente del Perú y las
circunstancias y razones de su fuga en plena guerra con Chile, ha sido y sigue
siendo motivo de polémica, no exenta de discusiones, así como, posiciones a
favor y en contra de la decisión tomada por Prado.
Como bien
se conoce, el general Mariano Ignacio Prado en su calidad de comandante del
ejército, dirigía la guerra desde Arica, después de la derrota del ejercito
aliado en la batalla de San Francisco y el retiro de las fuerzas bolivianas de
la guerra, Prado regresa apresuradamente a Lima.
Al
respecto Tomas Caivano historiador italiano y director del diario La
Patria, en su obra “Historia de la guerra
de América entre Chile, Perú y Bolivia” expresa:
“(...) apenas tuvo noticia del
encuentro de San Francisco y de los tristes acontecimientos sucedidos entre las
filas del ejército de la alianza a las faldas de aquel cerro no tuvo mas que
una sola preocupación: la de alejarse de un puesto llamado indudablemente a ser
el segundo teatro de la guerra, después de Tarapacá. Y sin intentar nada para
socorrer o reforzar al Ejército peruano, a fin de ponerlo en situación de
mantenerse en el desierto, y de disputar su posesión al enemigo, emprendió a
toda prisa el camino de Lima el 26 de noviembre”.
Previamente,
el general Prado al abandonar Arica había dirigido una Proclama:
“EL DIRECTOR DE LA GUERRA
AL EJÉRCITO Y PUEBLOS DEL SUR”,
“Compatriotas:
(…)
Empeñados una lucha colosal
y de trascendentales consecuencias para la alianza, nada debe detenernos en la
senda gloriosa que estamos llamados a recorrer, todos, sin excepción de clases
ni condiciones, estamos llamados a cooperar en la grande obra de vencer al
desleal enemigo que en los azares de la guerra pretende buscar la preponderancia
que no pudo conseguir en las horas de la paz.
Aliados:
Os he visto decididos y
dignos de sostener incólumes los fueros de las naciones cuyas banderas han sido
puestas al abrigo de vuestro esfuerzo y energía.
(…)
Soldados: Voy, pues, a
partir: en las solemnes horas de la prueba me es altamente consolador
contemplaros sobrellevando con patriótica resignación las fatigas de la guerra.
Es a vuestro brazo y nobleza a quienes mas encarecidamente confió el honor de
nuestros pabellones, conociendo como conozco la idea de la gloria y el
sentimiento del deber que forman en vosotros un culto, que es el culto a la
patria (…).
Conciudadanos:
Bien difíciles son las
tareas de la guerra, pero las venceremos llevando a cabo el noble propósito de
los pueblos del Perú y Bolivia.
Amigos:
No son los jefes de los
ejércitos del Sur quienes forman solo la invulnerable coraza del valor y
egoísmo: son el Perú y Bolivia, sus hijos más queridos, sus huestes ardorosas y
entusiastas las que se han lanzado para morir venciendo en cumplimiento del
deber”.
Otro
hecho que quizá pesó en el ánimo del general Prado habría sido el resultado del
combate de Angamos, al ver perdido el teatro de operaciones marítimo con la
muerte heroica de Miguel Grau y la captura del Huáscar su nave legendaria.
Para
encontrar una explicación lógica sobre el proceder y conducta del general Mariano
I. Prado, quizá sea imprescindible regresar a los años en que Prado vivió en
Chile y luego al mes de febrero de1879. Como es de conocimiento el 14 de
febrero de 1879, Chile invade territorio boliviano de Antofagasta.
Ante esta
situación el gobierno del general Mariano Ignacio Prado nombró ministro
plenipotenciario a José Antonio de Lavalle y Arias de Saavedra como
representante del Perú en Chile, para intentar una solución al conflicto entre Chile
y Bolivia.
Luego de
recibir instrucciones de Manuel Yrigoyen ministro de Relaciones Exteriores, el
19 de febrero de 1879, José Antonio de Lavalle acude a una entrevista con el
presidente Mariano Ignacio Prado. La entrevista se realizó en casa del
presidente en Chorrillos.
De la
conversación con el presidente Prado, Lavalle apreció la preocupación y
desconfianza en el éxito de la misión que le encomendaba. La preocupación que
rondaba en la cabeza del plenipotenciario estaba referida a que, si el Perú
apoyaba a Bolivia en su conflicto con Chile, la guerra se hacía directa contra
el Perú, guerra necesariamente marítima y conocía perfectamente la inferioridad
naval del país.
José
Antonio de Lavalle partió el 22 de febrero del Callao y arribó al puerto de
Valparaíso el 4 de marzo, en medio de demostraciones de animadversión de la
turba chilena. El historiador Mariano Felipe Paz Soldán relata el desembarco de
Lavalle en Valparaíso:
“Desde que se
avistó el vapor que traía al plenipotenciario del Perú, más de tres mil hombres
de baja esfera se apiñaron en la explanada del resguardo, esperando su
desembarco; apenas saltó a tierra fue preciso que la policía se interpusiera
entre él y la multitud, y desde el muelle hasta el hotel de su alojamiento
fueron con el cónsul del Perú, entre dos filas de policías estrechados a cada
paso por una muchedumbre airada y enemiga”.
El
historiador chileno Gonzalo Bulnes pondera y halaga a Don José Antonio de Lavalle al
expresar que “pertenecía a la más alta clase social de Lima. Era
cuñado de don, Manuel Pardo y estaba relacionado con la familia argentina de su
apellido. Era un diplomático sagaz, finísimo, de trato fácil, de modales
distinguidos”. Bulnes, Gonzalo. GUERRA DEL PACÍFICO. De Antofagasta a
Tarapacá. Pág. 133.
Nuestro
plenipotenciario José Antonio de Lavalle permaneció durante 31 días en Chile
hasta el 5 de abril de 1879, no se llegó a ningún acuerdo debido a las
exigencias del gobierno de Aníbal Pinto, para que Perú se declare neutral en el
diferendo chileno−boliviano.
Chile le
declaró la guerra al Perú el 5 de abril de 1879, bajo el pretexto de que este
había firmado un pacto secreto de alianza con Bolivia, cuyo territorio ya había
sido invadido, rompiendo el Tratado de Límites de 1874.
José Antonio de Lavalle encontró tres obstáculos en su camino para
lograr la mediación del Perú y por ende el cese de hostilidades:
“El Tratado secreto de alianza firmado en 1873 entre Bolivia y Perú; la
condición impuesta por el gobierno peruano en sus instrucciones, para que Chile
fuese a la desocupación previa del litoral ocupado, sin someter la suspensión
del decreto boliviano, sobre la expropiación de los bienes de la compañía de
Antofagasta, a la modificación del impuesto de los 10 centavos, y el ímpetu
expansionista de Chile”. (…) BASADRE, Jorge. Historia de la República
(1822-1933), t VIII, pág. 244. Editorial El Comercio 2005.
El 17 de marzo,
mientras José Antonio de Lavalle permanecía en Santiago realizando gestiones,
Joaquín Godoy Cruz Plenipotenciario en Lima, entregaba una nota de su gobierno,
en el que hacía referencia a los aprestos bélicos del Perú, su afán por
adquirir naves en Europa, el despliegue de las naves y fortalezas del callao, y
envío de tropas al sur.
Gonzalo
Bulnes, pondera Joaquín Godoi cuando expresa que, “Representaba
entonces a Chile en el Perú, hombre experimentado en las argucias de la
diplomacia, dotado de un talento claro y de un patriotismo vigoroso. Si Godoi
no tuviese otros servicios que los que en esa época prestó a la nación, ellos
bastarían para asignarle el rango de un ciudadano eminente”.
(…) Bulnes
Gonzalo. GUERRA DEL PACÍFICO. De Antofagasta a Tarapacá. .
El 18 de
marzo el ministro Domingo Santa María intermediario entre Aníbal Pinto,
presidente chileno y nuestro enviado especial José A. de Lavalle, le hace una
visita y le hizo conocer que la situación era insostenible, “la
desocupación de Antofagasta era imposible y que en presencia de esto no quedaba
otro arbitrio, sino que el Perú declare su neutralidad”.
Santa
María le indicó que el único que podía parar la guerra era él “Viaje
Ud., a Lima y allí en una conversación con el ministro de Relaciones Exteriores
y el Plenipotenciario boliviano, solucionará Ud., en un momento lo que no se
arreglará jamás aquí por notas y conferencias”. Bulnes, Gonzalo 151 GUERRA DEL PACÍFICO. De Antofagasta a Lima.
Pocos
días antes de la declaratoria de guerra de Chile al Perú, el historiador
chileno Gonzalo Bulnes, relata un episodio interesante, se trata de una
conversación entre el general Mariano I. Prado y el Plenipotenciario
(Embajador) chileno en Lima Joaquín Godoy Cruz en el domicilio de Prado en
Chorrillos, la conversación no pudo ser más patética y sorprendente en su
detalle.
“Prado estaba nervioso,
sumamente excitado ante la perspectiva de la guerra que no deseaba. Lo recibió
de noche en una sala débilmente alumbrada en el balneario de Chorrillos (…).
Prado se paseaba agitado.
Al entrar Godoy a la sala
le dijo con vehemencia.
¿Qué quiere decir esa nota
que he leído sólo hoy?
La neutralidad o la guerra,
general le contestó amistosamente Godoy.
¿Cómo es posible que
vayamos a la guerra? replicó Prado y, extendiéndose en consideraciones le recordó
que estaba ligado por afectos profundos a la sociedad chilena, que le había acogido
cariñosamente en la época de su destierro. Le agregó que su fortuna estaba
radicada en un establecimiento carbonífero en Chile, para manifestarle que
deseaba la paz, no solo por gratitud sino hasta por egoísmo.
(…)
Godoy le observó que en su
mano estaba conjurar la guerra. Diga usted una sola palabra, general, diga: ¡Seré
neutral! Y todo concluye entre Chile y el Perú.
¡No puedo! ¡No puedo! le
contestó Prado agitadamente sin dejar de pasearse.
Y como repitiera
azoradamente esta frase ¡no puedo! Godoy le dice: ¿por qué no puede, general?
Prado le contestó: ¡Pardo
me ha dejado ligado a Bolivia por un Tratado secreto de alianza! ¡No puedo!
Esta fue la primera revelación
oficial sobre ese Pacto”.
(…)
Bulnes, Gonzalo 151 GUERRA DEL PACÍFICO. De Antofagasta a Lima. Pág. 152.
El 18 de
diciembre de 1879 el presidente Mariano Ignacio Prado a escondidas del pueblo,
se embarca en el Callao en un vapor que iba a Panamá. Ese mismo día envía una
carta al Contralmirante Lizardo Montero quien se encontraba en Arica.
En ella,
le explicaba las razones de su viaje y que este obedecía a la necesidad de
adquirir elementos navales, siendo una guerra marítima, no se contaba con
unidades marítimas, disponiendo solo del ejército, iba a comprar “por
lo menos un poderoso blindado, capaz de hacer frente a la escuadra enemiga”.
Además,
que al no contarse con recursos su presencia era importante y una garantía y
existía mucha competencia entre los comisionados para compras, por lo que, había
decidido viajar a Europa Prado, explica “mi presencia aquí no es
indispensable; al paso que mi viaje a Europa será tengo fe, de provechosos
resultados”.
Prado se
rodeó de una falsa modestia, de un desprendimiento muy conveniente, hace notar
que el ejército estaba en manos de jefes distinguidos y aseguró que, “ninguna
falta hago aquí, mientras que, vuelvo a decir, mi viaje a Europa puede ser de
grandes resultados”.
Termina
su misiva asegurándole a Lizardo Montero que era poco lo que podía hacer en el
Perú, “cuidar de los preparativos de la defensa nacional
y del envío oportuno de toda clase de auxilios al ejército del sur”, afirmó que esa función tranquilamente podía hacerla el gobierno que
quedaba en su lugar. Se refería al vicepresidente general Luis la Puerta muy
delicado de salud y en edad avanzada. Lo que no era una seguridad para la
estabilidad política.
Es probable,
que no presagiara que, saliendo del país, de inmediato se iniciaría una
revolución liderada por Nicolás de Piérola, la huida de Prado significó el
momento preciso que buscaba un ambicioso Piérola para hacerse del poder quien
se levantó con apoyo popular, del clero y de los batallones Ica al mando de
Pablo Arguedas y Cajamarca al mando de Miguel Iglesias.
El 22 de
marzo de ese fatídico año Mariano I. Prado embarcado en el vapor “Paita” en
Guayaquil dirige una carta al general Juan Buendía Comandante del ejército del
sur en el que justifica su retiro de Arica y retorno a Lima, le aseguró que en
la situación en que se encontraban las operaciones, poco era lo que podía
hacer, “y no hacía mucha falta desde que ustedes se
encontraban allí, y me constituí en Lima con el fin de atender al ejército”.
Prado
expresaba en ese momento, que lo único que había movido su espíritu para tan
grave decisión es haber comprendido que la guerra era esencialmente marítima,
le importaba poco los comentarios malévolos, mucho menos su reputación y buen
nombre, para demostrar que su fin no era mezquino aseguró, “dejo
allí a mi familia entregada solo al amparo de la providencia”.
Justificó
su decisión en las siguientes consideraciones:
a. “Que
su presencia en Lima no era esencial
b. No
debía omitir esfuerzo ni sacrificio alguno, para conseguir armamento.
c. Era
la oportunidad de reunir el apoyo de recursos.
d. Que
su viaje no se arriesgaba ni perdía gran cosa”.
Previendo
que las tropas chilenas se apoderarían del guano y el salitre, vio la necesidad
de entregar a los acreedores estos recursos naturales, así evitaba que el
enemigo descubriera su fuga, no se sometía al escrutinio ni fiscalización de
nadie, así, evitaba discusiones contrarias a su decisión.
Finalmente,
en una actitud que realmente lo pintaba de cuerpo entero por la bajeza moral de
una decisión que afectaba al país en plena guerra, dijo:
“No deja de ser admirable la
religiosidad con que han guardado el secreto de mi viaje las varias personas
que la conocían; y esto me consuela mucho porque trae a mi ánimo el
convencimiento de que pensando con cordura todos han estimado como una
necesidad premiosa mi salida y el logro de los altos fines que lo inspiraron”.
Un día
después de la huida de Prado, el editorial del diario El Comercio del 19 de diciembre de 1879 interpretando el sentir de la opinión
pública nacional expresa el malestar y la extrañeza que se sentía en los
círculos sociales, políticos y económicos del país, por este grave hecho
considerado como una traición.
El
contenido del mensaje es elocuente respecto de lo que pensaba el mismo diario
del general Mariano Ignacio Prado.
“No creemos que
hay quien de buena fe tome a lo serio el decreto expedido por el general Prado
en los momentos de emprender su viaje a Europa; viaje que, por otra parte,
tiene todos los caracteres de una fuga. Podemos aceptar, cuanto más, que la
infatuación que ha dominado siempre al malhadado general, lo haya inducido a
engañar su propia conciencia, procurando halagarse a sí mismo con la esperanza
de que la presencia del presidente del Perú en Europa podía contribuir de una
manera eficaz a la adquisición de importantes elementos de guerra; pero no
habrá hombre de sentido común que espere en realidad semejante ventaja del
viaje tan sigilosamente preparado y que tan honda sorpresa ha producido en el
público”.
“El general
Prado es uno de los hombres menos a propósito para desempeñar la comisión que
sirve de pretexto al abandono que hace del país en estas circunstancias: no
brilla, ciertamente, por su talento; carece de ilustración; no posee otro
idioma que el castellano; y sus relaciones personales en Europa se encierran
dentro del estrecho círculo de los peruanos allí residentes. ¿A qué va, pues,
el general Prado? ¿Qué adelanta el país en su viaje?”
“Si ha creído
que su título de presidente del Perú puede servir de algo en Europa; allí
tenemos desde hace largo tiempo a uno de los vicepresidentes de la República,
que para el caso tanto vale. Y si el señor Canevaro, con sus relaciones
personales y mercantiles, con el prestigio de sus caudales, con su actividad
por todos reconocida no ha podido conseguir todo lo que deseaba, a pesar de sus
extraordinarios esfuerzos, ¿lo conseguirá un hombre de las cualidades negativas
que el general Prado?”.
“Pero es inútil
que nos esforcemos en probar lo que no necesita prueba alguna: el viaje del
general Prado no significa otra cosa que una vergonzosa deserción”.
“Se ha hablado,
sin embargo, desde largo tiempo de una seria enfermedad que aquejaba al general
Prado: varias personas que lo han visto en los últimos días, aseguran que se
notaban ya en él marcados síntomas de perturbación mental. ¿No debería buscarse
en este hecho la causa determinante del extraordinario acontecimiento realizado
ayer?”.
“Creemos que sí.
El general Prado puede ser un mandatario inepto, un ciudadano desleal; pero no
hay razón para juzgarlo como un padre desnaturalizado; y se necesita que lo
sea, para que, estando en su sano juicio, haya abandonado a su familia
dejándola expuesta a los peligros de la situación que podía haber creado la
indignación que debía producir en el público su incalificable viaje”.
“Juzgando
racional y cristianamente al general Prado, es preciso convenir en que ha
perdido el juicio. De otro modo, se nos presentaría el hombre que hasta ayer ha
regido los destinos del país, como un monstruo de perfidia, de egoísmo, de
degradación”.
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