Australian War Memorial

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EXTERIOR DE MEMORIA DE LA GUERRA-AUSTRALIA

martes, 21 de abril de 2020

Entretelones de la fuga histórica del presidente Mariano Ignacio Prado




























La actitud asumida por el general Mariano Ignacio Prado, presidente del Perú y las circunstancias y razones de su fuga en plena guerra con Chile, ha sido y sigue siendo motivo de polémica, no exenta de discusiones, así como, posiciones a favor y en contra de la decisión tomada por Prado.

Como bien se conoce, el general Mariano Ignacio Prado en su calidad de comandante del ejército, dirigía la guerra desde Arica, después de la derrota del ejercito aliado en la batalla de San Francisco y el retiro de las fuerzas bolivianas de la guerra, Prado regresa apresuradamente a Lima.

Al respecto Tomas Caivano historiador italiano y director del diario La Patria, en su obra “Historia de la guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia” expresa:

“(...) apenas tuvo noticia del encuentro de San Francisco y de los tristes acontecimientos sucedidos entre las filas del ejército de la alianza a las faldas de aquel cerro no tuvo mas que una sola preocupación: la de alejarse de un puesto llamado indudablemente a ser el segundo teatro de la guerra, después de Tarapacá. Y sin intentar nada para socorrer o reforzar al Ejército peruano, a fin de ponerlo en situación de mantenerse en el desierto, y de disputar su posesión al enemigo, emprendió a toda prisa el camino de Lima el 26 de noviembre”.


Previamente, el general Prado al abandonar Arica había dirigido una Proclama:

“EL DIRECTOR DE LA GUERRA AL EJÉRCITO Y PUEBLOS DEL SUR”, 
“Compatriotas:
(…)
Empeñados una lucha colosal y de trascendentales consecuencias para la alianza, nada debe detenernos en la senda gloriosa que estamos llamados a recorrer, todos, sin excepción de clases ni condiciones, estamos llamados a cooperar en la grande obra de vencer al desleal enemigo que en los azares de la guerra pretende buscar la preponderancia que no pudo conseguir en las horas de la paz.
Aliados:
Os he visto decididos y dignos de sostener incólumes los fueros de las naciones cuyas banderas han sido puestas al abrigo de vuestro esfuerzo y energía.
(…)
Soldados: Voy, pues, a partir: en las solemnes horas de la prueba me es altamente consolador contemplaros sobrellevando con patriótica resignación las fatigas de la guerra. Es a vuestro brazo y nobleza a quienes mas encarecidamente confió el honor de nuestros pabellones, conociendo como conozco la idea de la gloria y el sentimiento del deber que forman en vosotros un culto, que es el culto a la patria (…).
Conciudadanos:
Bien difíciles son las tareas de la guerra, pero las venceremos llevando a cabo el noble propósito de los pueblos del Perú y Bolivia.
Amigos:
No son los jefes de los ejércitos del Sur quienes forman solo la invulnerable coraza del valor y egoísmo: son el Perú y Bolivia, sus hijos más queridos, sus huestes ardorosas y entusiastas las que se han lanzado para morir venciendo en cumplimiento del deber”.

Otro hecho que quizá pesó en el ánimo del general Prado habría sido el resultado del combate de Angamos, al ver perdido el teatro de operaciones marítimo con la muerte heroica de Miguel Grau y la captura del Huáscar su nave legendaria.

Para encontrar una explicación lógica sobre el proceder y conducta del general Mariano I. Prado, quizá sea imprescindible regresar a los años en que Prado vivió en Chile y luego al mes de febrero de1879. Como es de conocimiento el 14 de febrero de 1879, Chile invade territorio boliviano de Antofagasta.

Ante esta situación el gobierno del general Mariano Ignacio Prado nombró ministro plenipotenciario a José Antonio de Lavalle y Arias de Saavedra como representante del Perú en Chile, para intentar una solución al conflicto entre Chile y Bolivia.

Luego de recibir instrucciones de Manuel Yrigoyen ministro de Relaciones Exteriores, el 19 de febrero de 1879, José Antonio de Lavalle acude a una entrevista con el presidente Mariano Ignacio Prado. La entrevista se realizó en casa del presidente en Chorrillos.

De la conversación con el presidente Prado, Lavalle apreció la preocupación y desconfianza en el éxito de la misión que le encomendaba. La preocupación que rondaba en la cabeza del plenipotenciario estaba referida a que, si el Perú apoyaba a Bolivia en su conflicto con Chile, la guerra se hacía directa contra el Perú, guerra necesariamente marítima y conocía perfectamente la inferioridad naval del país.

José Antonio de Lavalle partió el 22 de febrero del Callao y arribó al puerto de Valparaíso el 4 de marzo, en medio de demostraciones de animadversión de la turba chilena. El historiador Mariano Felipe Paz Soldán relata el desembarco de Lavalle en Valparaíso:

“Desde que se avistó el vapor que traía al plenipotenciario del Perú, más de tres mil hombres de baja esfera se apiñaron en la explanada del resguardo, esperando su desembarco; apenas saltó a tierra fue preciso que la policía se interpusiera entre él y la multitud, y desde el muelle hasta el hotel de su alojamiento fueron con el cónsul del Perú, entre dos filas de policías estrechados a cada paso por una muchedumbre airada y enemiga”.

El historiador chileno Gonzalo Bulnes pondera y halaga a Don José Antonio de Lavalle al expresar que “pertenecía a la más alta clase social de Lima. Era cuñado de don, Manuel Pardo y estaba relacionado con la familia argentina de su apellido. Era un diplomático sagaz, finísimo, de trato fácil, de modales distinguidos”. Bulnes, Gonzalo. GUERRA DEL PACÍFICO. De Antofagasta a Tarapacá. Pág. 133.

Nuestro plenipotenciario José Antonio de Lavalle permaneció durante 31 días en Chile hasta el 5 de abril de 1879, no se llegó a ningún acuerdo debido a las exigencias del gobierno de Aníbal Pinto, para que Perú se declare neutral en el diferendo chileno−boliviano.

Chile le declaró la guerra al Perú el 5 de abril de 1879, bajo el pretexto de que este había firmado un pacto secreto de alianza con Bolivia, cuyo territorio ya había sido invadido, rompiendo el Tratado de Límites de 1874.

José Antonio de Lavalle encontró tres obstáculos en su camino para lograr la mediación del Perú y por ende el cese de hostilidades:
“El Tratado secreto de alianza firmado en 1873 entre Bolivia y Perú; la condición impuesta por el gobierno peruano en sus instrucciones, para que Chile fuese a la desocupación previa del litoral ocupado, sin someter la suspensión del decreto boliviano, sobre la expropiación de los bienes de la compañía de Antofagasta, a la modificación del impuesto de los 10 centavos, y el ímpetu expansionista de Chile”. (…) BASADRE, Jorge. Historia de la República (1822-1933), t VIII, pág. 244. Editorial El Comercio 2005.
El 17 de marzo, mientras José Antonio de Lavalle permanecía en Santiago realizando gestiones, Joaquín Godoy Cruz Plenipotenciario en Lima, entregaba una nota de su gobierno, en el que hacía referencia a los aprestos bélicos del Perú, su afán por adquirir naves en Europa, el despliegue de las naves y fortalezas del callao, y envío de tropas al sur.

Gonzalo Bulnes, pondera Joaquín Godoi cuando expresa que, “Representaba entonces a Chile en el Perú, hombre experimentado en las argucias de la diplomacia, dotado de un talento claro y de un patriotismo vigoroso. Si Godoi no tuviese otros servicios que los que en esa época prestó a la nación, ellos bastarían para asignarle el rango de un ciudadano eminente”.
(…) Bulnes Gonzalo. GUERRA DEL PACÍFICO. De Antofagasta a Tarapacá. .

El 18 de marzo el ministro Domingo Santa María intermediario entre Aníbal Pinto, presidente chileno y nuestro enviado especial José A. de Lavalle, le hace una visita y le hizo conocer que la situación era insostenible, “la desocupación de Antofagasta era imposible y que en presencia de esto no quedaba otro arbitrio, sino que el Perú declare su neutralidad”.

Santa María le indicó que el único que podía parar la guerra era él “Viaje Ud., a Lima y allí en una conversación con el ministro de Relaciones Exteriores y el Plenipotenciario boliviano, solucionará Ud., en un momento lo que no se arreglará jamás aquí por notas y conferencias”. Bulnes, Gonzalo 151 GUERRA DEL PACÍFICO. De Antofagasta a Lima.

Pocos días antes de la declaratoria de guerra de Chile al Perú, el historiador chileno Gonzalo Bulnes, relata un episodio interesante, se trata de una conversación entre el general Mariano I. Prado y el Plenipotenciario (Embajador) chileno en Lima Joaquín Godoy Cruz en el domicilio de Prado en Chorrillos, la conversación no pudo ser más patética y sorprendente en su detalle.



“Prado estaba nervioso, sumamente excitado ante la perspectiva de la guerra que no deseaba. Lo recibió de noche en una sala débilmente alumbrada en el balneario de Chorrillos (…).
Prado se paseaba agitado.
Al entrar Godoy a la sala le dijo con vehemencia.
¿Qué quiere decir esa nota que he leído sólo hoy?
La neutralidad o la guerra, general le contestó amistosamente Godoy.
¿Cómo es posible que vayamos a la guerra? replicó Prado y, extendiéndose en consideraciones le recordó que estaba ligado por afectos profundos a la sociedad chilena, que le había acogido cariñosamente en la época de su destierro. Le agregó que su fortuna estaba radicada en un establecimiento carbonífero en Chile, para manifestarle que deseaba la paz, no solo por gratitud sino hasta por egoísmo.
(…)
Godoy le observó que en su mano estaba conjurar la guerra. Diga usted una sola palabra, general, diga: ¡Seré neutral! Y todo concluye entre Chile y el Perú.
¡No puedo! ¡No puedo! le contestó Prado agitadamente sin dejar de pasearse.
Y como repitiera azoradamente esta frase ¡no puedo! Godoy le dice: ¿por qué no puede, general?
Prado le contestó: ¡Pardo me ha dejado ligado a Bolivia por un Tratado secreto de alianza! ¡No puedo!
Esta fue la primera revelación oficial sobre ese Pacto”.
(…) Bulnes, Gonzalo 151 GUERRA DEL PACÍFICO. De Antofagasta a Lima. Pág. 152.

El 18 de diciembre de 1879 el presidente Mariano Ignacio Prado a escondidas del pueblo, se embarca en el Callao en un vapor que iba a Panamá. Ese mismo día envía una carta al Contralmirante Lizardo Montero quien se encontraba en Arica.

En ella, le explicaba las razones de su viaje y que este obedecía a la necesidad de adquirir elementos navales, siendo una guerra marítima, no se contaba con unidades marítimas, disponiendo solo del ejército, iba a comprar “por lo menos un poderoso blindado, capaz de hacer frente a la escuadra enemiga”.

Además, que al no contarse con recursos su presencia era importante y una garantía y existía mucha competencia entre los comisionados para compras, por lo que, había decidido viajar a Europa Prado, explica “mi presencia aquí no es indispensable; al paso que mi viaje a Europa será tengo fe, de provechosos resultados”.

Prado se rodeó de una falsa modestia, de un desprendimiento muy conveniente, hace notar que el ejército estaba en manos de jefes distinguidos y aseguró que, “ninguna falta hago aquí, mientras que, vuelvo a decir, mi viaje a Europa puede ser de grandes resultados”.

Termina su misiva asegurándole a Lizardo Montero que era poco lo que podía hacer en el Perú, “cuidar de los preparativos de la defensa nacional y del envío oportuno de toda clase de auxilios al ejército del sur”, afirmó que esa función tranquilamente podía hacerla el gobierno que quedaba en su lugar. Se refería al vicepresidente general Luis la Puerta muy delicado de salud y en edad avanzada. Lo que no era una seguridad para la estabilidad política.

Es probable, que no presagiara que, saliendo del país, de inmediato se iniciaría una revolución liderada por Nicolás de Piérola, la huida de Prado significó el momento preciso que buscaba un ambicioso Piérola para hacerse del poder quien se levantó con apoyo popular, del clero y de los batallones Ica al mando de Pablo Arguedas y Cajamarca al mando de Miguel Iglesias.

El 22 de marzo de ese fatídico año Mariano I. Prado embarcado en el vapor “Paita” en Guayaquil dirige una carta al general Juan Buendía Comandante del ejército del sur en el que justifica su retiro de Arica y retorno a Lima, le aseguró que en la situación en que se encontraban las operaciones, poco era lo que podía hacer, “y no hacía mucha falta desde que ustedes se encontraban allí, y me constituí en Lima con el fin de atender al ejército”.

Prado expresaba en ese momento, que lo único que había movido su espíritu para tan grave decisión es haber comprendido que la guerra era esencialmente marítima, le importaba poco los comentarios malévolos, mucho menos su reputación y buen nombre, para demostrar que su fin no era mezquino aseguró, “dejo allí a mi familia entregada solo al amparo de la providencia”.

Justificó su decisión en las siguientes consideraciones:
a.    “Que su presencia en Lima no era esencial
b.    No debía omitir esfuerzo ni sacrificio alguno, para conseguir armamento.
c.    Era la oportunidad de reunir el apoyo de recursos.
d.    Que su viaje no se arriesgaba ni perdía gran cosa”.

Previendo que las tropas chilenas se apoderarían del guano y el salitre, vio la necesidad de entregar a los acreedores estos recursos naturales, así evitaba que el enemigo descubriera su fuga, no se sometía al escrutinio ni fiscalización de nadie, así, evitaba discusiones contrarias a su decisión.

Finalmente, en una actitud que realmente lo pintaba de cuerpo entero por la bajeza moral de una decisión que afectaba al país en plena guerra, dijo:

“No deja de ser admirable la religiosidad con que han guardado el secreto de mi viaje las varias personas que la conocían; y esto me consuela mucho porque trae a mi ánimo el convencimiento de que pensando con cordura todos han estimado como una necesidad premiosa mi salida y el logro de los altos fines que lo inspiraron”.

Un día después de la huida de Prado, el editorial del diario El Comercio del 19 de diciembre de 1879 interpretando el sentir de la opinión pública nacional expresa el malestar y la extrañeza que se sentía en los círculos sociales, políticos y económicos del país, por este grave hecho considerado como una traición.

El contenido del mensaje es elocuente respecto de lo que pensaba el mismo diario del general Mariano Ignacio Prado.

“No creemos que hay quien de buena fe tome a lo serio el decreto expedido por el general Prado en los momentos de emprender su viaje a Europa; viaje que, por otra parte, tiene todos los caracteres de una fuga. Podemos aceptar, cuanto más, que la infatuación que ha dominado siempre al malhadado general, lo haya inducido a engañar su propia conciencia, procurando halagarse a sí mismo con la esperanza de que la presencia del presidente del Perú en Europa podía contribuir de una manera eficaz a la adquisición de importantes elementos de guerra; pero no habrá hombre de sentido común que espere en realidad semejante ventaja del viaje tan sigilosamente preparado y que tan honda sorpresa ha producido en el público”.

“El general Prado es uno de los hombres menos a propósito para desempeñar la comisión que sirve de pretexto al abandono que hace del país en estas circunstancias: no brilla, ciertamente, por su talento; carece de ilustración; no posee otro idioma que el castellano; y sus relaciones personales en Europa se encierran dentro del estrecho círculo de los peruanos allí residentes. ¿A qué va, pues, el general Prado? ¿Qué adelanta el país en su viaje?”

“Si ha creído que su título de presidente del Perú puede servir de algo en Europa; allí tenemos desde hace largo tiempo a uno de los vicepresidentes de la República, que para el caso tanto vale. Y si el señor Canevaro, con sus relaciones personales y mercantiles, con el prestigio de sus caudales, con su actividad por todos reconocida no ha podido conseguir todo lo que deseaba, a pesar de sus extraordinarios esfuerzos, ¿lo conseguirá un hombre de las cualidades negativas que el general Prado?”.

“Pero es inútil que nos esforcemos en probar lo que no necesita prueba alguna: el viaje del general Prado no significa otra cosa que una vergonzosa deserción”.

“Se ha hablado, sin embargo, desde largo tiempo de una seria enfermedad que aquejaba al general Prado: varias personas que lo han visto en los últimos días, aseguran que se notaban ya en él marcados síntomas de perturbación mental. ¿No debería buscarse en este hecho la causa determinante del extraordinario acontecimiento realizado ayer?”.

“Creemos que sí. El general Prado puede ser un mandatario inepto, un ciudadano desleal; pero no hay razón para juzgarlo como un padre desnaturalizado; y se necesita que lo sea, para que, estando en su sano juicio, haya abandonado a su familia dejándola expuesta a los peligros de la situación que podía haber creado la indignación que debía producir en el público su incalificable viaje”.

“Juzgando racional y cristianamente al general Prado, es preciso convenir en que ha perdido el juicio. De otro modo, se nos presentaría el hombre que hasta ayer ha regido los destinos del país, como un monstruo de perfidia, de egoísmo, de degradación”. 



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