Vivencias inolvidables
El profe
Por: Arturo Castro
Eran los
últimos días de marzo de 1966, Aquiles un adolescente de recién cumplidos 17
años, había terminado el 5to de
secundaria en la GUE Mariano Melgar en el populoso distrito Breña, se había
presentado a una escuela de las Fuerzas Armadas y no pudo continuar los
exámenes de ingreso, porque había desaprobado Matemática en un examen de
subsanación a fines de enero, así que haciendo de tripas corazón tuvo que
retirar sus documentos de la oficina de admisión y despedirse de su sueño de
ingresar ese año, de cómo regresó a casa y qué dijo a sus padres, es otra
historia que será narrada en otro momento.
Pero,
volvamos al inicio del relato, era el 24 un día después de su cumpleaños él se
encontraba saliendo del hospital de enfermedades neoplásicas que funcionaba en
la Av. Alfonso Ugarte casi frente al Hospital Loayza y se encontró con el profesor
Ugartiza que impartía el curso de Lenguaje y Literatura en su colegio; luego
del saludo protocolar conversaron sobre sus respectivas actividades y él profe
le comentó que estaba como director de un colegio particular, por su parte él
le comentó que no había podido completar los exámenes de admisión a un
Instituto Armado porque tenía un curso desaprobado y no le podían expedir el
certificado de estudios correspondiente a 5to de secundaria y de acuerdo a
normas y disposiciones de la época, debía esperar hasta noviembre de ese año para
dar un nuevo examen de subsanación.
Aquiles se
quedó sorprendido cuando el profe Ugartiza, así de sopetón le dijo si quieres
te vendo un certificado de 5to año que necesitas y puedas aprovechar el tiempo
y presentarte a la Universidad estás a tiempo y no estar esperando hasta
noviembre, le pedía algo de 150 soles de la época, una suma exorbitante para él
en aquellos tiempos, Aquiles escuchó y calló, interiormente se preguntaba, cómo haría el profe para conseguir el
certificado, al parecer el profe se había dedicado a actividades no muy santas,
Aquiles se despidió pensativo.
El profesor
Ugartiza era un personaje especial, llegaba a clases siempre bien vestido,
impecable terno, una buena corbata chillona, camisa blanca, con la sonrisa a
flor de labios, optimista, bonachón y bromista, llevaba bajo el brazo su diario
preferido El Comercio, ingresaba al aula y después de saludar ordenaba a
sus alumnos abrir el libro de lectura en una pagina indicada, normalmente era
una lectura selecta, indicándoles que verificaría detalles de lo escrito, para
asegurarse que los alumnos leyeran.
Luego
disponía silencio absoluto y prohibía molestarlo, procedía a sentarse, mientras
el aula permanecía en sepulcral silencio, los alumnos concentrados en la
lectura; él procedía a una lectura rápida del diario y luego de la sección
deportes pasaba a la sección hípica en la que se publicaban las carreras de
caballos y se concentraba en elegir los favoritos de cada carrera, normalmente
eran 10 carreras y así dedicado a esos menesteres no docentes, permanecía hasta
que tocaba la campana y luego raudamente se despedía de todos y nunca verificó lo
aprendido en la lectura, dejaba un halo de misterio e incertidumbre en el aula y
la verdad es, que no impartía clases del curso, venía a cumplir el horario de
clase, nunca lo vimos preocuparse por sus alumnos, dejó un mal ejemplo, porque los alumnos deficientemente preparados en su
curso por la poca exigencia, los resultados al final de año en los exámenes
finales, había desaprobados.
El resultado deficiente
obtenido por sus alumnos en los exámenes finales era la demostración más
palpable y el corolario del comportamiento antiético de un pésimo docente que
no había comprendido su responsabilidad de maestro y guía de adolescentes alumnos
de colegio. Pese a ello, me he preguntado cuántos certificados de estudios
habrá vendido el profesor y cuántos de esos alumnos que le compraron, luego
ingresaron a la Universidad o instituto armado y se graduaron como
profesionales.
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