“Dejar al Perú militarmente desarmado es poca garantía. Es menester
empobrecerlo en sus industrias, escarmentarlo en sus soldados y en la fortuna
de sus ciudadanos. Los rencores, el orgullo humillado, el anhelo de venganza
acecharán a las generaciones del pueblo peruano hasta que, se ofrezca la menor
coyuntura para que vuelva a la lucha. Esta hora es necesaria demorarla; es
necesario que no llegue (…).
Diario La Patria de Valparaíso abril 1879
Pareciera que la pregunta que se hace Zavalita en la obra de Mario
Vargas LL “Conversación en la Catedral”,
¿cuándo se jodió el Perú? nuevamente cobra vigencia. La gran tragedia nacional se
manifiesta por la existencia de la desunión, envidia, odio y la traición.
Sentimientos subalternos que, han dominado la escena nacional a través de las
diversas etapas de nuestra historia.
En la obra ¿En qué momento se
jodió el Perú? Editado por Milla Batres y publicado en 1990, diversos
intelectuales de la época ensayan una explicación al respecto. Cada uno de
ellos plantea desde su óptica, los momentos cruciales de nuestra historia, que
dan respuesta a la pregunta. Finalmente, cabe destacar la respuesta de Javier
Pulgar Vidal “El Perú no está jota, nunca ha estado como país, por obra de algo o de
alguien”.
Sin embargo, se puede afirmar sin lugar a equivocarse, que nuestra
historia está plagada de hechos que lindan con el sentimiento mas innoble que
puede desarrollar y cultivar la persona al interior de su ser, o grupo de
personas de una sociedad y que a la larga ha traído consecuencias nefastas para
el país, la envidia y esta da lugar al odio inveterado.
En medio de ellos se ha enseñoreado la corrupción, desde hace siglos y atraviesa
las capas que cubre el esqueleto de la nación, las ha invadido hasta causar
metástasis. La dermis y epidermis de los valores nacionales han sido
enterrados, cubiertos con capas de hormigón. La moral nacional se desmorona
ante la impávida inacción, miopía y falta de reflejos de las autoridades.
La corrupción es una epidemia endémica, arraigada en toda la sociedad,
principalmente en quienes deben controlar. Esta epidemia ha trastocado la vida
de nuestra sociedad, influenciado por la presión desmesurada de los corruptos
organizados y su incidencia funesta en la estructura del estado nacional
difícil de combatir, sin la voluntad de los tres poderes del estado.
Traición proviene del latín traditĭo, es aquella falta que infringe la
lealtad o fidelidad hacia alguien o algo. En el ámbito jurídico la traición es
considerada como una conducta desleal hacia la nación. Por supuesto, cada
estado determina taxativamente para sí, los actos que implican el crimen de
traición. En nuestra Constitución vigente la traición es castigada con pena de
muerte, solo en caso de guerra exterior.
Nuestra historia está plagada de ejemplos de traición especialmente en
el ámbito político, luchas intestinas, caudillismo, civilismo, que han marcado
etapas de nuestra historia, que a través de los años se han convertido en un
lastre. Este lastre no ha permitido la consolidación de la unidad nacional, unión,
ni ha ayudado a mantener un sentimiento de pertenencia y orgullo nacional. Esa
es la triste realidad.
Desde la traición de Atahualpa a Huáscar, o viceversa, pasando por la
traición de Francisco Pizarro a Diego de Almagro, que acabó violentamente con
la vida de los socios; “solo sangre, sudor y lágrimas” ha
recorrido las mejillas, cuerpos y almas de la nación. Solo hemos cosechado odio,
rencor y la desunión ha marcado el derrotero de nuestra patria. Hasta cuándo.
Hubo visos de unidad nacional, en que se mantuvo la unión en espíritu e
intenciones cuando defendimos la patria frente al pretendido retorno de los
españoles en 1866. El combate del 2 de mayo de 1866 es el ejemplo más bello y
sublime de unidad nacional, en que esa unión permitió la victoria sobre la
poderosa flota española.
Después de este brillante capítulo en que supimos defender nuestra
libertad a punto de cañonazos y unidad, sobrevino el capítulo más negro de
nuestra historia, nos vimos inmersos en una guerra por defender un tratado defensivo
con Bolivia, Argentina se abstuvo, nos quedamos solos, esa fue la herencia
nefasta de Manuel Pardo y Lavalle que firmó no sabemos pensando en qué en 1873,
primer gobierno civilista, después de 50 años de caudillismo militar.
Durante el gobierno de Manuel Pardo y Lavalle, se organizó la Guardia
Nacional en batallones, en base a ciudadanos entre 21 y 25 años, tenían un
entrenamiento periódico y el servicio que brindaban no era mayor a seis meses.
Pero, mal asesorado disminuyó los efectivos del ejército a tres mil hombres.
Chile ya había comprado los dos blindados Blanco Encalada y el Cochrane. Había
roto el equilibrio militar con Perú.
Una medida grave contra la defensa nacional fue, la suspensión de la
compra de armas, entre ellos los dos blindados que debió adquirir Manuel Pardo,
el 70% de los efectivos del ejército quedaron en la calle. Pardo organizó la
Guardia Nacional para combatir los levantamientos y el bandolerismo. Es decir,
para contrarrestar el poder militar.
La propia guerra que Chile declara a Perú tiene como correlato, la
envidia que se apoderó y creció como una costra en el corazón de los líderes
políticos y pueblo chileno desde muchos años atrás, esa es la explicación final
del inicio de la guerra. En su libro “Historia
de la guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia”, del historiado
italiano Tomás Caivano, toca este sentimiento negativo en la relación de los
pueblos.
La opulencia de Lima antigua capital de los virreyes, cuyas casas se
suponían estaban rebosantes de “vajillas de oro y plata, como en la época
de la colonia; Chorrillos con sus fastuosas quintas de recreo de los ricos de
la capital, donde, además de los magníficos ajuares, la fama colocaba en cada
Rancho o habitación interminables bodegas rebosando de los más exquisitos vinos
de Europa que inflamaron en un momento todas las imaginaciones; y en todo Chile
no se oía más que una voz, al principio baja y ahogada, durante febrero y marzo
de 1879, y luego estridente y atronadora, después de la declaración de guerra.
Esta voz era: ¡A Lima, a Chorrillos!”.
Aquellos tiempos, en la versión de Caivano, los nombres de Lima y Chorrillos
fueron siempre motivo de envidia y de odio para casi todos los chilenos, las
mujeres chilenas soñaban con pasar una temporada en el balneario más hermosos
de esta parte del subcontinente, “Chorrillos, mansión de delicias por
excelencia de la alta sociedad de Lima durante la estación de baños(verano),
era la dolorosa pesadilla de la generalidad de las mujeres chilenas”.
Tomás Caivano destaca los sentimientos negativos de las mujeres chilenas
hacia la limeña: “(…) la mujer chilena conocía perfectamente que era menos buena, menos
bella y menos graciosa que la limeña; y envidiosa de sus femeniles triunfos, su
único y ardiente deseo era ver destruido aquel Chorrillos, donde la odiada
limeña reinaba durante cuatro meses del año en todo el esplendor de su bondad,
de su belleza y de su gracia”.
Durante esta guerra en la que se debió demostrar nuevamente la unidad
nacional, se dieron las más grandes traiciones entre los conductores políticos
y militares de la guerra. Hechos que a la larga contribuyeron a la derrota del
Perú. La desafección, el odio, la improvisación y la traición entre peruanos
fueron responsables de la derrota.
A lo largo del desarrollo de esta guerra existieron un conjunto de
desaciertos y traiciones, de hijos que se consideraban preclaros, la crema y
nata del patriotismo, sin embargo, solo eran politiqueros sembrando deslealtades,
en busca de satisfacer apetencias, necesidades e intereses económicos y
políticos, que contribuyeron con sus actos u omisiones a la derrota final.
El historiador Nelson Manrique, en un prólogo escrito para el libro del
diplomático peruano Hubert Wieland Conroy (“El punto Concordia y la frontera
entre Perú y Chile”) nos recuerda un hecho histórico catastrófico en plena
guerra, “Entre 1879 y 1884, en plena guerra, tuvimos cinco presidentes (Mariano
Ignacio Prado, Nicolás de Piérola, Francisco García Calderón, Lizardo Montero,
Miguel Iglesias)”.
El presidente Mariano I. Prado se fuga del país el 18 de diciembre de
1879, pretextando compra de armas en Europa, deja un país inerme. La gravísima
situación política creada por Prado, por su deserción fue muy criticada porque
abandonó el país, traicionando la confianza del pueblo. Cierto, afectó a su
familia, pero mucho más la moral de la nación. Un presidente que huye en plena
guerra era un traidor.
Prado en su proclama dirigida al país al fugar del país de manera
subrepticia, dijo:
“¡Conciudadanos! Los grandes intereses de la patria exigen que hoy parta
para el extranjero, separándome temporalmente de vosotros en los momentos en
que consideraciones de otro género me aconsejaban permanecer a vuestro lado.
Muy grandes y muy poderosos son en efecto los motivos que me inducen a tomar
esta resolución. Respetadla, que algún derecho tiene para exigirla así el
hombre que como yo sirve al país con buena voluntad y completa abnegación…Al
despedirme, os dejo la seguridad de que estaré oportunamente en medio de
vosotros”.
El anciano general Luis La Puerta, vicepresidente de Mariano I. Prado,
estaba enfermo, carecía de fuerzas para asumir tan grave responsabilidad, pese
a gestión de notables de Lima no pudieron vencer su negativa. Esta situación fue
aprovechada por Nicolás de Piérola para levantarse y hacerse del poder que
tanto había perseguido en cinco insurrecciones.
Dice un antiguo adagio: “A rio revuelto ganancia de pescadores”,
mediante un golpe de estado Nicolás de Piérola se hizo del poder, se declaró
presidente regenerador, pero en sí, solo era un dictador más. Lo triste y
grotesco a la vez, era que esta se realizaba para afirmar su proyecto político,
en un momento grave para la república, en plena guerra.
El historiador italiano Tomas Caivano describe la actuación de Nicolás
de Piérola así: “Piérola trajo consigo al frente del Estado todas las veleidades, todas
las desconfianzas y todos los odios del antiguo conspirador, cosas que unida a
una vanidad sin igual se erigieron en norma y guía principal de todas sus
acciones”.
Nicolás de Piérola, en plena guerra hizo cambios en la administración
del gobierno, nombrando nuevos ministros y reorganizó el ejército, colocando
gente de su entera confianza que no estaban preparados en puestos claves, utilizó
esta estrategia para mantenerse firme en el gobierno. Postergó a muchos
oficiales, nunca los llamó, como los generales Manuel Beingolea y Fermín de
Castillo que hubieran sido por su experiencia, muy valiosos en la defensa de
Lima.
En diciembre de 1879 el diario chileno “El Ferrocarril”, publica una carta de Mariano Álvarez dirigida al
contralmirante Montero. Un análisis del documento le permite al diario chileno criticar
la actuación de Piérola indicando: “Desde que asumió la dictadura, el plan de
Piérola no ha sido reforzar el ejército, sino organizar apresuradamente otro
ejército en Lima que pueda contrabalancear la influencia de aquél”.
El diario trasmite su percepción respecto de las decisiones del gobierno
de Piérola en plena guerra, “La organización del ejército y la
distribución de los grandes puestos militares obedecen, ante todo, a ese
interés político (…) La organización militar se subordina en todas partes a los
intereses y ambiciones personales de los diversos círculos políticos”.
El 25 de abril de 1884 en el diario “El
Nacional” publicó una denuncia pública en contra del dictador Nicolás de
Piérola, hecho que pintaba de cuerpo entero al dictador, en su conducta abusiva
y su espíritu veleidoso, y vanidoso. En enero de 1880 Piérola nombra al general
de brigada Manuel Beingolea y Oyague como jefe del 2do ejército del sur, una de
las medidas de reorganización del ejército.
En abril, Piérola ordena al general Beingolea que parta hacia Arequipa,
para lo cual se embarcó en el vapor “Talismán”, nave de triste recordación
porque este barco transportó desde Inglaterra armamento, uniformes y personal
para una de las tantas revoluciones que había intentado Piérola a lo largo de
su vida rebelde y contestataria.
Al llegar a Quilca el 14 de abril, el comandante de la nave Manuel María
Carrasco se percata que en la caleta había tres naves enemigas. Realizada una
junta de emergencia con los oficiales del ejército, por unanimidad se decide
desembarcar en Pisco a donde arribó la nave el 16, para proteger el material
valioso que transportaban.
En esta ciudad, el prefecto Mariano Martínez se comprometió en
facilitarle mulas para el transporte del armamento, pese a las gestiones que realizó
el general Beingolea, mediante radiogramas al dictador, el prefecto que al
parecer seguía las indicaciones de Piérola, hacia largas a la entrega de
acémilas. En lugar de entregar mulas le entregó borricos que no eran aptos para
un transporte tan largo hasta Arequipa.
El general Beingolea puso en conocimiento de Piérola esta demora, ocasionado
por la lentitud del prefecto en conseguir mulas. El dictador le ordenó que
siguiera su marcha y que el prefecto Martínez le enviaría el cargamento a su
punto de caída. Había llegado a la hacienda Ocucaje, cuando recibió un
telegrama de Piérola que lo relevaba del mando, siendo reemplazado por el
coronel Segundo Leiva, regresó Beingolea a Ica y luego a Lima.
El general Beingolea al presentarse a Piérola fue denostado y maltratado
de manera abusiva por el dictador, “Este señor me recibió con altura, con todas
las ínfulas de un verdadero dictador, diciéndome ‘su conducta ha sido mala
general’(…) Era la primera vez en mi larga vida de soldado que se me trataba con exabrupto, de manera
tan injusta, tan indigna, tan poco en armonía con el lenguaje que debe utilizar
un mandatario que se respeta, tan poco en armonía con los fueros de mi elevada
posición y de mi acrisolada honradez y lealtad”.
Al general Beingolea se le abrió un sumario, la investigación estuvo a
cargo del coronel Manuel Eugenio Velarde encargado de la investigación, quien
estableció tres puntos que fueron la base de la acusación: “Mi
recalada de Quilca, Mi demora en Ica y mi mala conducta”.
El coronel Segundo Leiva que reemplazó al general Beingolea en la 2da
división del sur, se estableció en Arequipa, desde este cómodo lugar, alejado
de la guerra, hizo oídos sordos a los telegramas urgentes del coronel Francisco
Bolognesi desde Arica, no sabemos si fue por cobardía, por temor, o por cumplir
indicaciones del dictador Nicolás de Piérola, enemigo del contralmirante
Montero, a quien tampoco quiso apoyar, por celo político.
“Arica, 3 de junio de 1880.- Prefecto. - Arequipa. - Avanzadas enemigas
se retiran. Continúan siete buques. Apure Leiva para unírsenos. Resistiremos. -
Bolognesi.
Arica, 5 de junio de 1880.- (Recibido en Arequipa el 5.- Prefecto. -
Arequipa. - Apure Leiva. Todavía es posible hacer mayor estrago en enemigo
victorioso. Arica no se rinde y resistirá hasta el sacrificio. - Bolognesi”.
El coronel de guardias nacionales Agustín Belaunde, quien estaba al
mando del batallón “Cazadores de Piérola”, y era pierolista, en la junta de
guerra que se realizó para decidir la defensa de la plaza de Arica, tuvo una
opinión discordante con la mayoría, fundo su voto en la capitulación, alegando
que perdida la esperanza de apoyo de Leiva o Montero, opinó que era pueril que
las escasas tropas que defendían Arica podrían detener a las fuerzas chilenas,
qué fue, falta de patriotismo, temor o cobardía frente al enemigo.
“Al saber que por razones de orden disciplinario se había decretado su
arresto a bordo del monito ‘Manco Cápac’, no esperó la notificación del caso:
desertó de su cuerpo en circunstancias que el enemigo asediaba la plaza”. Fue un cobarde desertor, que
huyó abandonando a sus tropas. Aprovechó que era compadre de Piérola, en 1896, con
el apoyo de este Agustín Belaunde fue diputado al congreso por Tayacaja.
Otro hecho nefando, innoble y traicionero fue el que protagonizó el
general boliviano Hilarión Daza. El general Daza en octubre de 1879 se
encontraba en Tacna al mando de sus tropas. Mariano I. Prado le ordena
desplazarse al sur y encontrarse con las tropas del general Buendía en Pisagua,
si hubiera llegado quizás el resultado de la batalla de San Francisco hubiera
sido otro.
José Vicente Ochoa periodista boliviano escribió “DIARIO de la Campaña del Ejército Boliviano en la GUERRA DEL PACÍFICO”,
donde recogió el testimonio del general boliviano Juan José Pérez, quien hizo
graves impugnaciones a la conducta de Daza en la conducción de sus tropas al
haber regresado de Camarones a Tacna motivado no por cobardía sino por haberse
puesto de acuerdo con el enemigo, traicionando doblemente a su patria y al
Perú.
“En Camarones Daza engañaba al ejército haciéndole creer que era llamado
por Prado, para combatir a los chilenos en Sama; y al general Prado le decía
por telegrama que sus soldados se habían sublevado y que los jefes rehusaban
seguir la marcha”. El general Daza antes de salir de Tacna habría sido abordado por agentes
chilenos que lo habrían convencido para nunca llegar a Pisagua.
El 18 de noviembre de 1879 el diario “El Mercurio de Valparaíso” publica el siguiente telegrama 16,799. “TELÉGRAFO
TRASANDINO. Santiago, noviembre 18 de 1879. Se han tomado todas las medidas
necesarias para que el ejército de Daza que salió de Tacna, no se una con el
ejército de Iquique. Se ha suspendido la movilización del batallón cívico de
Curicó”. Chile no necesitaba más
fuerzas para movilizar hacia Pisagua, había comprado un traidor.
El 31 de agosto de 1882 el general Miguel Iglesias dirige una proclama a
los ciudadanos del país desde Cajamarca, fue bautizado el grito de Montán. En
esta carta pública, Miguel Iglesias hace conocer las razones para la firma de
la paz con los chilenos y expresa que después de la batalla de Chorrillos,
prisionero del enemigo es conducido para interceder por la paz con el enemigo: la
paz “como
único medio de conjurar los descalabros sin cuento a que una loca obstinación
iba a precipitarnos”.
La posición mas clara del general Iglesias para finalizar la guerra era
la firma de la paz sin importar ceder territorio nuestro a la voracidad chilena,
sin importarle el honor y dignidad nacional. No se trataba de un simple
terrenito como aseguraba el general Iglesias en su manifiesto, sino de parte
importante de nuestro territorio que contiene ingentes riquezas mineras.
No existe alto, bajo o falso honor, como sostiene Iglesias en su
manifiesto, si bien es cierto que la ocupación chilena ha hollado nuestro
territorio, lo único que muestra su proclama es una manifiesta sumisión a las
fuerzas de ocupación, de sometimiento a los interese foráneos, de aceptar
entregar territorios a cambio de una paz bajo presión de las bayonetas chilenas:
“Se habla de una especie de honor que impide los arreglos pacíficos
cediendo un pedazo de terreno, y por no ceder ese pedazo de terreno que
representa un puñado de oro, fuentes de nuestra pasada corrupción, permitimos
que el pabellón enemigo se levante indefinidamente sobre nuestras más altas
torres desde el Tumbes hasta el Loa; ¡que se saqueen e incendien nuestros hogares,
que se profanen nuestros templos, que se insulte a nuestras madres, esposas e
hijas! Por mantener ese falso honor, el látigo chileno alcanza a nuestros
hermanos inermes; por ese falso honor, viudas y huérfanos de los que cayeron en
el campo de batalla, hoy desamparados y a merced del enemigo, le extienden la
mano en demanda de un mendrugo”.
Durante las conversaciones entre Jovino Novoa plenipotenciario chileno y
su gobierno, se establece el sumo interés en apoyar un gobierno presidido por
el general Miguel Iglesias y lo estiman como objetivo primordial de ese gobierno,
así lo expresa el telegrama que envía el 24 de enero de 1883: “En
buenos términos le decía Novoa, en nuestras manos está hacer o no gobierno a
Iglesias, quien por supuesto no tendrá alas para volar sino cuando en forma
conveniente hubiese aceptado las bases de Chile”.
Recibido en
Santiago el telegrama de Jovino Novoa, el presidente de Chile Santa María le
contestó el 15 de febrero 1883: “Creo que estamos en la misma cuerda i por
ahora no veo a que otra parte pudiéramos llevar nuestros esfuerzos, No queda
más que Iglesias digan lo que quieran sobre él los de aquí y los de allá. Es el
único hombre que tiene coraje para decir lo que siente y que lo tendrá para
hacer lo que crea conveniente. Nosotros debemos fortificarlo y ver modo que su
poder sea absoluto y verdadero en todo el Norte. Si logramos darle cuerpo
debemos apresurarnos a tratar con él que, si mañana cae porque sus mismos
paisanos lo tumban, no por eso dejará de ser cierto, verdadero y eficaz el
tratado que habríamos firmado”.
El
presidente Santa María tenía la seguridad que Francisco García-Calderón preso
en Chile y Nicolás de Piérola no firmarían un tratado de paz de acuerdo con sus
exigencias leoninas y en telegrama enviado a Patricio Lynch le ordena empeñarse
en apoyar a Iglesia, condiciones de ajustar con él la paz. Todos nuestros
esfuerzos deben en estos momentos dirigirse en este sentido.
Mientras
tanto, las conversaciones entre Jovino Novoa y Castro Zaldívar cuñado y
representante de Miguel Iglesias, según Gonzalo Bulnes, fueron el inicio de negociaciones
de paz, al estimar que entre ambos había desaparecido la desconfianza.
Se hizo
necesaria la repatriación de José Antonio Lavalle, y José Antonio García y
García. El primero aceptó regresar, no así García y García. Por lo que, tuvo
que levantarse la repatriación a Andrés Avelino Aramburú. Esta acción la toma
Chile para dar autoridad política al acuerdo, Lavalle representaba al partido
de Piérola y Aramburú era un destacado periodista, director del diario El Nacional.
En el tomo
II-capituló IV- Pág. 286, de la colección Pascual Ahumada Moreno, publica la
carta que remite Mariano Álvarez el 31 de diciembre de 1879, al Contralmirante
Montero que se encontraba en Arequipa, haciéndole conocer las actividades que venía
realizando en Lima, organizar una asociación para acopiar víveres, vestuario,
calzado y enviarle a la brevedad, sabiendo las necesidades urgentes; para ello,
solicitó a particulares una contribución. A esos niveles llegamos en esa
guerra.
También le
comunicó que el nuevo gobierno tenía planeado enviar al 3er ejército del sur
dinero y vestuario y no víveres porque en consideración de Piérola, en el sur
abundaban los suministros y no era necesario, Álvarez le pedía a Montero
mantenerse en coordinación a fin de satisfacer lo que la mezquindad del
gobierno le negaba.
Le informa las
medidas que había tomado el dictador Nicolás de Piérola contra la prensa por
publicarse los diarios sin la firma que exigía el Estatuto Provisorio. Había
dispuesto la detención de los directores de los diarios; además, le da a
entender que Piérola con las facultades omnímodas, sus acciones negativas, se
iba desprestigiando.
Le informa
que Nicolás de Piérola, presidente de facto, sentía desconfianza y celo por el
Contralmirante Montero, “Pero Piérola, que no puede dejar de conocer
que si usted triunfa sobre los enemigos su poder desaparecerá en el instante,
hará todo lo posible por privar a usted de los medios de acción y retardará por
lo mismo, la guerra cuanto pueda, con gran riesgo de la causa nacional”.
La guerra era contra Montero y contra los chilenos.
Otro hecho
que configura la traición es la que narramos a continuación, Andrés Avelino
Cáceres, se encontraba luchando contra las fuerzas chilenas en la zona andina,
desde Izcuchaca el 6 de febrero de 1882, le dirige dos cartas al pierolista coronel
Arnaldo Panizo quien permanecía en Ayacucho. Las fuerzas al mando de Panizo
habían pasado bajo el mando de Cáceres, sin embargo, Panizo no le reconoce
autoridad y no se incorpora a la organización del ejército de resistencia.
Panizo
desafía la autoridad de Cáceres, pese al acta de sometimiento a la autoridad de
Cáceres, demorando de esta manera incrementar las fuerzas de resistencia y
hacer frente a la expedición chilena “que se enseñorea actualmente, con todo su
cortejo de horrores, en el departamento de Junín, ondeando por segunda vez al
yugo humillante de una invasión refractaria hasta los más vulgares sentimientos
de humanidad”.
Cáceres muy
dolido por la indolencia de Panizo, finaliza la carta diciendo “Por
desgracia, han podido más en el ánimo de V.S. consideraciones de otro género
que los preceptos del sagrado deber de salvar a la patria, entregada a los
azares de una guerra de depredación y de conquista”.
Cáceres
escribe la segunda carta a Panizo desde Huancavelica el 11 de febrero de 1882,
en ella le indica que su actitud se había convertido en un obstáculo para
lograr la unidad, era contrario al interés nacional empeñada en agrupar a todos
los peruanos alrededor del gobierno provisorio, claro está, con la sola
excepción de las fuerzas de Panizo,
“Cuando
la desgracia común toca a las puertas de la nación, revestida con los horrores
de una guerra implacable de devastación y conquista, no hay derecho ni tiempo
para entrenerse en combinaciones de política. Acudir al peligro con el concurso
común, no absoluta prescindencia de colores y banderas de partido es el único
deber que reclaman los esfuerzos todos del patriotismo”.
Pese a todos
los esfuerzos realizados por Cáceres, sus deseos se estrellan contra la
indiferencia estoica de Panizo este no se conmueve con nada, permanece en
Ayacucho, no mueve un dedo para apoyar a Cáceres, no sabemos si es por
cobardía, temor a las tropas chilenas o seguía siendo leal a Piérola.
Como se ha
referido, Panizo desconoce la autoridad de Cáceres en los departamentos del
centro y la del gobierno provisorio. Finalmente, Cáceres hace responsable a
Panizo “ante Dios y los hombres de las consecuencias que sobrevengan, y
dejándole la triste satisfacción, si llegase el caso, de coronar la sangrienta
obra de los chilenos, victimando al ejército de mi mando con el arma que el de
V.S. Se ha negado blandir ante el enemigo”.
A lo largo de estas líneas hemos referido algunos
hechos solo de la guerra con Chile que configuran la traición, el odio y la
envidia que llevaron a ese país a declararnos la guerra, y cómo los líderes
militares y civiles de la república, prefirieron dar rienda suelta a sus
debilidades y apetencias de poder, en lugar de buscar la unidad nacional para
enfrentar al enemigo. Los resultados hoy los conocemos.
Qué aprendió el Perú de todo esto, que aprendieron las
autoridades, líderes políticas, empresariales, la población misma, diríamos muy
poco, casi nada, la misma desafección por la patria, la envidia, odios y
rencores no cesan, el país sigue enfrentado, no existe ni existirá
reconciliación alguna.
Hay un sector anti todo que está presto a lanzar sus
dardos envenenados en el pecho a quienes no concuerdan, no comulgan con sus
ideas. Vivimos en el siglo XXI, pero parece que hemos retrocedido a la barbarie
política, al linchamiento judicial, a la burla y denigración pública.
Está triunfando el odio entre peruanos, gracias a campañas
mediáticas, parece que la violencia subversiva, terrorista antipatriota hubiera
tomado la conciencia colectiva de un sector de la población, nos parece que se
hubiera mimetizado en organizaciones que persiguen el poder político para implantar
ideas trasnochadas, fracasadas en otras latitudes y todos bien gracias. Así
estamos en pleno siglo XXI y a escasos años del bicentenario, nada menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario