Amables lectores, como bien recordarán en anteriores entregas sobre este espinoso tema, pudimos recordar el vía crucis que vivió y padeció el presidente Francisco García-Calderón Landa, preso en Chile y sometido a los más crueles suplicios morales. Controlado por la policía secreta chilena, viviendo con su familia en lugares insalubres, resistiendo el maltrato sicológico y soportando los traslados continuos a diferentes casa-cárcel donde era confinado.
Francisco García Calderón, en su obra “Memorias del Cautiverio”, nos brinda un fresco retrato de la situación chilena de aquella época: “Los rotos, no teniendo trabajo en los campos, afluyen a las poblaciones y son una amenaza formidable para los vecinos de ellas. Así sucedió en 1878. Los rotos, que se habían reunido en Santiago, o en Chile como ellos dicen haciendo de la capital toda la república, eran numerosísimos; y la población aterrada con ellos, temía que de un momento a otro hubiera una conmoción social. Para conjugar el peligro se pensó en declarar guerra a la República Argentina; y como la diplomacia hizo desaparecer todo pretexto para ello, se dirigió la vista a Bolivia y poco después contra el Perú” (1)
El gobierno chileno no solo negociaba una paz que atentaba contra la soberanía del Perú, sino que lo hacía en tres escenarios diferentes, en Chile con Francisco García Calderón y en Perú negociaban por separado con emisarios y el propio Nicolás de Piérola y al mismo tiempo con el general Miguel Iglesias, a quien finalmente pondría como Presidente porque aceptó las exigencias chilenas.
Las razones no podían ser otras que obtener las mayores ventajas de este acuerdo de paz, no solo económicas sino también territoriales. Para ello utilizaron el arte del engaño diplomático, las negociaciones paralelas, las amenazas y la presión psicológica sobre la población peruana y sus hijos más preclaros a quienes confinaron en ciudades-cárceles chilenas. A los colaboracionistas los trataron bien y nunca fueron molestados.
En setiembre de 1882, Francisco García-Calderón vivía en Santiago bajo el control de las autoridades chilenas. En una entrevista que tuvo con el señor Cornelius A. Logan, Ministro norteamericano mediador entre Perú y Chile, discutieron sobre las bases que se debían abordar para dar término a la guerra. A propuesta de Logan viajaron hacia la prisión de Angol, para consultar con los prisioneros peruanos y estos dieran su opinión al respecto.
El viaje en tren desde Santiago a Angol duró aproximadamente 12 horas. Cuando llegaron a esta localidad y se desplazaron a la casa en el que estaban confinados los numerosos prisioneros peruanos, se sorprendieron por la forma cruel en que vivían, no tenían camas, ni bancos donde sentarse o apoyarse, el gobierno chileno les había asignado 20 pesos para la manutención de cada uno de los presos.
Entre los prisioneros, quienes vivían hacinados y depositados en condiciones infrahumanas, por el “solo delito de no querer prestarse a que el Perú fuera despojado de una parte de su territorio en beneficio de Chile, estaban José María Quimper, José Antonio García y García, Pedro García y Santiago, Ramón Ribeyro, general La Cotera, Dionisio Derteano y varios oficiales entre generales y coroneles” (2)
La mayoría de prisioneros peruanos fueron tratados como criminales, sin menaje, menos vivienda digna, la mayor parte del tiempo que les cupo estar presos, sufragando sus propios gastos, porque rechazaron la pensión que les ofrecieron, en una casa-prisión expuesta a mil peligros provenientes del odio de la población que no miraba con buenos ojos y la falta de paredes y cerco perimétrico.
Cuando García-Calderón midió la real dimensión en que eran tratados nuestros compatriotas, se le hizo un nudo en la garganta, él relata este episodio así “me parece imposible que los autores de todas estas vejaciones no se avergüencen de haberlas inferido. Se puede perseguir al enemigo y desarmarlo y aprisionarlo, porque ese es el terrible derecho de la guerra; pero humillar y vejar al prisionero indefenso y negarle lo que todos los hombres se deben mutuamente, cualquier que sea el motivo que los divida, es algo que pugna con la moderna civilización y que solo se ha visto en la guerra de los pueblos incultos”. (3)
La historia se debe recordar para no volver a repetir los mismos errores. Francisco García Calderón nunca se dejó doblegar, fue un verdadero mártir, pagó caro su posición principista por mantener la integridad de nuestra patria y marchó encadenado por defender un ideal que muchos actualmente no quieren tener presente. No aceptó las imposiciones chilenas y por eso lo mantuvieron preso más allá de la firma del Tratado de Ancón que con tanto servilismo aceptó Miguel Iglesias.
No es el propósito mantener latente un sentimiento de animadversión en contra de Chile. Ellos no ignoran que violaron las leyes de la guerra por imponer su voluntad. Es más bien, tocar las fibras del sentimiento patriótico de los nacidos en estas tierras, si aún queda un poquito. Ellos son y serán siempre nuestros vecinos y adversarios; pero, nuestros enemigos son: la inacción, la indiferencia, la falta de petriotismo. la desconfianza ancestral entre civiles y militares, la venganza política y la corrupción que todo lo invade y carcome.
Apelamos a los sentimientos patrióticos de los gobernantes, empresarios, industriales y la opinión nacional, para que despierten del sopor inconsciente en que viven, para que destierren el ambicioso interés por el mercantilismo y hagan a un lado el marcado desinterés que diariamente muestran por la seguridad, defensa y el bienestar de nuestra nación.
Notas:
(1), (2) y (3): García Calderón, Francisco. Memorias del cauitiverio. Librería Internacinal del Perú S.A. 1949.
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